Capítulo 22: La Funcion - Page 2 of 10
Nuestro actor que ya ha llamado la atencion de todos cree,que ceder sería rebajarse y se agarra á la butaca mientras repitesu contestacion á la pareja de la Veterana que fué á llamar eldirector. Los guardias, teniendo en consideracion la categoríadel rebelde, van á buscar al cabo, mientras casi toda la sala sedeshace en aplausos, celebrando la entereza del señor que con-tinúa sentado como un senador romano.
Resuenan silbidos, el señor que tiene firmeza de caractervuelve la cabeza airado creyendo que le silban; se oye galopar decaballos, se nota movimiento; cualquiera diría que ha estalladouna revolucionó cuando menos un motín; no, la orquestasuspende el vals y toca la marcha real; es S. E. el CapitanGeneral y Gobernador de las Islas el que llega: todas lasmiradas le buscan, le siguen, le pierden y aparece al fin ensu palco y, despues de mirar á todas partes y hacer felices áalgunos con un omnipotente saludo, se sienta como si fuera unhombre sobre el sillon que le espera. Los artilleros se callanentonces y la orquesta ataca la introduccion.
Nuestros estudiantes ocupan un palco frente á frente del dePepay la bailarina. Este palco era un regalo de Makaraig queya se había puesto en inteligencia con ella para tener á donCustodio propicio. La Pepay había escrito aquella misma tardeuna carta al célebre ponente esperando una contestacion ydándole una cita en el teatro. Por esta razon don Custodio,apesar de la ruda oposicion que había desplegado contra laopereta francesa, se iba al teatro, lo cual le valió finas pullasde parte de don Manuel, su antiguo adversario en las sesionesdel Ayuntamiento.
— Vengo para juzgar la opereta! había replicado con eltono de un Caton satisfecho de su conciencia.
Makaraig pues, cambaba miradas de inteligencia con laPepay, quien le daba á entender que algo tenía que decirle; ycomo la bailarina tenía cara alegre, todos auguraban queel éxito estaba asegurado. Sandoval, que acababa de llegar deunas visitas que había hecho en otros palcos, aseguró que eldictamen había sido favorable y que aquella tarde misma lohabía examinado la comision superior y lo había aprobado.Todo pues era júbilo, Pecson mismo se olvidaba de sus pesi-mismos viendo á la Pepay enseñar sonriendo una cartita; San-doval y Makaraig se felicitaban mútuamente, solo Isaganipermanecía algo frío y apenas se sonreía.
Qué le había pasado al joven?
Isagani, al entrar en el teatro, vió á Paulita en un palco y áJuanito Pelaez conversando con ella. Púsose pálido y creyó quese equivocaba. Pero no, era ella misma, ella que le saludabacon una graciosa sonrisa mientras sus hermosos ojos parecíanpedirle perdon y prometerle explicacipnes. En efecto, habíanconvenido en que Isagani iría primero al teatro para ver si en el espectáculo no habia nada inconveniente para una joven,y ahora la encontraba él, y nada menos que en compañia desu rival. Lo que pasó por el alma de Isagani era indescriptible :ira, celos, humillacion, resentimiento rugieron en su interior;hubo un momento en que deseó que el teatro se desplomase ;tuvo ganas violentas de reir á carcajadas, de insultará su amada,provocar á su rival, armar un escándalo, pero se contentó consentarse lentamente y no dirigirla jamás la mirada. Oía los her-mosos proyectos que hacían Makaraig y Sandoval y le sonabaná ecos lejanos; las frases del vals le parecían tristes y lúgubres,todo aquel público, fátuo é imbecil, y varias veces tuvo quehacer esfuerzos para contener las lágrimas. De la cuestion delcaballero que no quería dejar la butaca, de la llegada del Capi-tan General se apercibió apenas; miraba hácia el telon de bocaque representaba una especie de galería entre suntuoso cor-tinaje rojo, con vista á un jardin en medio del cual se levantaun surtidor. Cuán triste se le antojaba la galería y quémelancólico el paisaje! Mil reminiscencias vagas surgían en-sumemoria como lejanos ecos de música oida durante la noche,como aires de una cancion de la infancia, murmullo de bosquessolitarios, riachuelos sombríos, noches de luna á los bordes delmar que se estendía immenso delante de sus ojos... Y el ena-morado joven que se consideraba muy desgraciado, se puso ámirar al techo para que las lágrimas no cayesen de sus ojos.
Una salva de aplausos le sacó de su meditacion.