Capítulo 23: Un Cadaver

Simoun en efecto no había ido al teatro.

Desde las siete de la noche había salido de casa, agitado y~brío; sus criados le vieron entrar dos veces acompañadode diferentes individuos; á las ocho Makaraig le encontrórondando por la calle del Hospital, cerca del convento de Sta.Clara, á la sazon que doblaban las campanas de la iglesia; álas nueve Camaroncocido le vió otra vez en los alrededores delteatro hablando con uno que parecía estudiante, franquearla puerta y volver á salir y desaparecer en las sombras delos árboles.

— Y á mí qué? volvió á decir Camaroncocido; ¿qué saco conprevenir al pueblo?

Basilio, como decía Makaraig, tampoco había asistido á lafuncion. El probre estudiante, desde que volvió de San Diegopara rescatar de la servidumbre á Jult, su prometida, habíavuelto á sus libros, pasando el tiempo en el hospital, estu-diando 6 cuidando á Capitan Tiago, cuya enfermedad tratabade combatir.

El enfermo se había vuelto de un caracter insoportable; ensus malos ratos, cuando se sentía abatido por falta de dosis deopio que Basilio procuraba moderar, le acusaba, le maltrataba,le injuriaba; Basilio sufría resignado con la conciencia de quehacía el bien á quien tanto debía, y solo en último estremocedía; satisfecha la pasion, el monstruo del vicio, CapitanTiago se ponía de buen humor, se enternecía, le llamaba suhijo, lloriqueaba recordando los servicios del joven, lo bienque administraba sus fincas y hablaba de hacerle su heredero;Basilio sonreía amargamente y pensaba que en esta vida lacomplacencia con el vicio se premia mejor que el cumpli-miento del deber. No pocas veces se le ocurrió dar cursolibre á la enfermedad y conducir á su bienhechor á la tumba por un sendero de flores é imágenes risueñas, mejor quealargar su vida por un camino de privaciones.

— Tonto de mí! se decía muchas veces; el vulgo es necio ypues lo paga...

Pero sacudía la cabeza pensando en Jult, en el estenso por-venir que tenía delante : contaba con vivir sin manchar su con-ciencia. Seguía el tratamiento prescrito y vigilaba.

Con todo, el enfermo iba cada día, con ligeras intermitencias,peor. Basilio que se había propuesto reducir paulatinamentela dosis 6 al menos no dejarle abusar fumando más de lo acos-tumbrado, le encontraba, al volver del hospital 6 de algunavisita, durmiendo el pesado sueño del opio, babeando y pálidocomo un cadáver. El joven no se podía explicar de dónde lepodía venir la droga; los únicos que frecuentaban la casa eranSimoun y el P. Irene, aquel venía raras veces, y éste no cesabade recomendarle fuese severo é inexorable en el régimen y nohiciese caso de los arrebatos del enfermo, pues lo principalera salvarle.

— Cumpla usted con su deber, joven, le decía, cumpla ustedcon su deber.

Y le hacía un sermoncito sobre este tema, con tanta convicciony entusiasmo que Basilio llegaba á sentir simpatías por elpredicador. El P. Irene prometía ademas procurarle un buendestino, una buena provincia, y hasta le hizo entrever la posi-bilidad de hacerle nombrar catedrático. Basilio, sin dejarsellevar de las ilusiones, hacía de creer y cumplía con lo que ledecia la conciencia.

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