Capítulo 24: Sueños
Amor, qué astro eres?
Al día siguiente, un jueves, horas antes de ocultarse el sol,encaminábase Isagani por el hermoso paseo de Maria Cristinaen direccion al Malecon, para acudir á la cita que aquellamañana Paulita le había dado. El joven no dudaba que iban áhablar de lo acontecido en la noche anterior, y como estabadecidido á pedirla esplicaciones y sabía lo orgullosa y altivaque era, preveía un rompimiento. Ante esta eventualidad trajoconsigo las dos únicas cartitas de la Paulita, dos pedacitos depapel, donde apenas había algunas líneas escritas á prisa, convarios borrones y regular ortografía, cosas que no impedían lasconservára el enamorado joven con más amor aun que si fuesenautógrafos de la misma Safo ó de la musa Polimnia.
Esta decision de sacrificar el amor en aras de la dignidad, laconciencia de sufrir cumpliendo con el deber no impedían queuna profunda melancolía se apoderase de Isagani y le hiciesepensar en los hermosos días y noches más hermosas todavía, enque se murmuraban dulces necedades al traves de las rejasfloridas del entresuelo, necedades que para el joven tenían talcarácter de seriedad é importancia que le parecían las únicasdignas de merecer la atencion del más elevado entendimientohumano. Isagani pensaba en los paseos en las noches de luna,en la feria, en las madrugadas de Diciembre despues de lamisa de gallo, en el agua bendita que la solía ofrecer y ella selo agradecía con mirada llena de un poema de amor, estreme-ciéndose ambos al ponerse en contacto los dedos. Sbnoros sus-piros como pequeños cohetes salían de su pecho y se le ocurríantodos los versos, todas las frases de los poetas y escritores sobrela inconstancia de la mujer. Maldecía en su interior la creacionde los teatros, la opereta francesa, prometía vengarse dePelaez á la primera oportunidad. Todo cuanto le rodeaba se leaparecía bajo los más tristes y negros colores; la bahía, desiertay solitaria, parecía más solitaria todavía por los pocos vaporesque en ella fondeaban; el sol iba á morir detras de Mariveles, sin poesía y sin encantos, sin las nubes caprichosas y ricas encolóres de las tardes bienaventuradas; el monumento de Anda,de mal gusto, mezquino y recargado, sin estilo, sin grandeza :parecía un sorbete ó á lo más un pastel; los señores que se pasea-ban por el Malecon, apelar de tener un aire satisfecho ycontento, le parecían huraños, altivos y vanos; traviesos y maleducados, los chicos que jugaban en la playa haciendo saltarsobre las ondas las piedras planas de la ribera, ó buscando enla arena moluscos y crustáceos que cogen por coger y los matansin sacar de ellos provecho, en fin hasta las eternas obras dflpuerto á que había dedicado más de tres odas, le parecían ab-surdas, ridículas, juego de chiquillos.
— El puerto, ah! el puerto de Manila, bastardo que, desdeque se concibe, hace llorar á todos de humillacion y vergüenza!si al menos despues de tantas lágrimas no saliese el feto hechoun inmundo aborto !
Saludó distraidamente á dos jesuitas, sus antiguos profesores;apenas se fijó en un lauden que conducía un americano y exci-taba las envidias de algunos elegantes que guiaban sus calesas;cerca del monumento de Anda oyó que Ben Zayb hablaba conotro de S nioun, que en la noche anterior se había puesto Súbi-tamente enfermo; Simoun se negaba á recibir á nadie, á losmismos ayudantes del General.
— Ya! exclamó Isagani con risa amarga; para ése las aten-ciones porque es rico.... vuelven los soldados de las espedi-ciones; enfermos y heridos, y á ellos nadie los visita!
Y pensando en estas expediciones, en la suerte de los pobressoldados y en la resistencia que oponían los insulares al yugoestrangero, pensó que, muerte por muerte, si la de los soldadosera sublime porque cumplían con su deber, la muerte de losinsulares era gloriosa porque defendían su hogar.