Capítulo 24: Sueños - Page 6 of 6

Paulita sonreía con aire de duda y sacudía la cabeza.

— Sueños, sueños! suspiró; he oido decir que teneis muchoseliemigos... Tia Torina dice que este pais será siempre esclavo.

— Porque tu tía es una tonta, porque no puede vivir sin es-clavos, y cuando no los tiene, los sueña en el porvenir, y si noson posibles, los forja en su imaginacion. Cierto que tenemosenemigos, que habrá lucha, pero venceremos. El viejo sistemapodrá convertir las ruinas de su castillo en informes barricadas,nosotros se las tomaremos al canto de libertad, á la luz devuestros ojos, al aplauso de vuestras adoradas manos! Por lodemás, no te inquietes; la lucha será pacifica; basta que vosotrasnos lanceis al estudio, desperteis en nosotros nobles, elevadospensamientos y nos alenteis á la constancia, al heroismo con elpremio de vuestra ternura!

Paulita conservaba su risa enigmática y parecía pensativa;miraba hácia el rio dándose en las mejillas ligeros golpecitoscon el abanico.

— Y si nada conseguís? preguntó distraida.

La pregunta le hizo daño á Isagani; fijó los ojos en los de suamada, cogióle suavemente una mano y repuso :

—Escucha : si nada conseguimos...

Y se detuvo vacilando.

—Escucha, Paulita, continuó; sabes cuanto te amo y cuantote adoro, sabes que me siento otro cuando me envuelve tumirada, cuando sorprendo en ella una centella de amor., sinembargo, si nada conseguimos, soñaria en otra mirada tuya y moriría dichoso porque un rayo de orgullo pudiese brillar entus ojos y dijeses un día al mundo señalando mi cadáver : miamor ha muerto luchando por los derechos de mi patria!

— ¡A casa, niña, que vas á coger un resfriado! chilló en aquelmomento doña Victorina.

La voz les trajo á la realidad. Era la hora de volver, y poramabilidad invitaron á Isagani á subir en el coche, invitacionque el joven no se hizo repetir. Como el coche era de Paulita,naturalmente ocuparon el testero doña Victorina y la amiga, yen el banquito los dos enamorados.

Ir en el mismo coche, tenerla al lado, aspirar su perfume,rozar la seda de su traje, verla pensativa, con los brazos cruza-dos, bañada por la luna de Filipinas que presta á las cosas másvulgares idealidad y encantos, era un sueño que Isagani no seesperaba! Qué miserables eran los que se retiraban á pié, solos,y tenían que apartarse para dejar paso al rápido coche! De todoaquel trayecto, á lo largo de la playa, por,el paseo de la Sabana,el puente de España, Isagani no ha visto más que un suaveperfil peinado graciosamente, terminado por un flexible cuelloque se perdía entre las gasas de la piña. Un brillante le guiñabadesde el lóbulo de la diminuta oreja, como una estrella entreplateadas nubes. Isagani ha oído ecos lejanos preguntándolepor don Tibureio de Espadaña, el nombre de Juanito Pelaez,pero le sonaban á campanadas que se oyen de lejos, voces con-fusas percibidas durante el sueño.

Fué necesario advertirle que habían llegado á la plaza de Santa Cruz.

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waláng iniwan