Capítulo 22: La Funcion

El aspecto que ofrecía el teatro era animadísimo; estaballeno de bote en bote, y en la entráda general, en los pasillosse veía mucha gente de pié, pugnando por sacar la cabeza ó--neter un ojo entre un cuello y una oreja. Los palcos descu-biertos, llenos en su mayor parte de señoras, parecían canastillasde flores, cuyos pétalos agitára una leve brisa (hablo de losabanicos), y en donde zumban insectos mil. Solo que como hayflores de delicado y fuerte perfume, flores que matan y floresque consuelan, en las canastillas de nuestro teatro tambien seaspiran perfumes parecidos, se oyen diálogos, conversaciones,frases que pican ó corroen. Solo tres ó cuatro de los palcosestaban aun vacíos apesar de lo avanzado de la hora; para lasocho y media se había anunciado la funcion, eran ya las nuevemenos-cuarto, y el telon no se levantaba porque S. E. no habíallegado todavía. Los de la entrada general, impacientes éincómodos en sus asientos, armaban un alboroto pataleando ygolpeando el suelo con sus bastones.

—¡Buco-bum-bum! qué se abra el telon! bum-bum-bum !

Los artilleros no eran los menos alborotadores. Los émulosde Marte, como los llama Ben Zayb, no se contentaban conesta música; creyéndose tal vez en una plaza de toros, salu-daban á las señoras que pasaban delante de ellos con frasesque por eufemismo se llaman en Madrid flores cuando á vecesse parecen á humeante basura. Sin hacer caso de las miradasfuribundas de los maridos, pregonan en alta voz los senti-mientos y deseos que en ellos despiertan tantas hermosuras...

En las butacas — á donde parece que temen bajar lasseñoras tan no se ve á ninguna — reina un murmullo de voces,de risas reprimidas, entre nubes de humo... Discuten elmérito de las artistas, lig blan de escándalos, si S. E. ha reñidocon los frailes, si la presencia del General en semejante espec-táculo es una provocacion 6 sencillamente una curiosidad;otros no piensan en estas cosas, sino en cautivar las miradasde las señoras adoptando posturas más 6 menos interesantes,más ó menos estatuarias, haciendo jugar los anillos de bri-llantes, sobre todo cuando se creen observados por insistentesgemelos; otros dirigen respetuosos saludos á tal señora 6señorita bajando la cabeza con mucha gravedad, mientras lesusurran al vecino :

— ¡Qué ridícula es! qué cargante !

La dama contesta con la más graciosa de sus sonrisas y unmovimiento encantador de cabeza y murmura á la amiga queasiente, entre dos indolentes abanicazos :

— Qué pretencioso! Chica, está loco enamorado.

Entre tanto los golpes menudean: bum-bum-bum ! toc-toc-toc ! ya no quedan más que dos palcos vacíos y el de S. E.que se distingue por sus cortinas rojas de terciopelo. Laorquesta toca otro vals, el público protesta; afortunadamente sepresenta un héroe caritativo que distrae la atencion y redimeal empresario; es un señor que ha ocupado una butaca y seniega á cederla á su dueño, el filósofo don Primitivo. Viendoque sus argumentos no le convencían, don Primitivo acude alacomodador. — No me da la gana! le responde el héroefumando tranquilamente su cigarrillo. El acomodador acude aldirector. — No me da la gana! repite y se arrellana en labutaca. El director sale, mientras los artilleros de las galeríasempiezan á cantar en coro :

— A que no! A que sí! A que no! A que sí!

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