Capítulo 34: La Comida - Page 7 of 7

Pero ninguno, ni el mismo alférez, se atrevía a acercarse viendo el cuchillo brillar; calculando la fuerza y el estado de ánimo del joven, todos se sentían paralizados.

- ¡Vosotros, ahí!, vosotros os habéis callado, ahora me toca a mí. Yo le he evitado, Dios me lo trae, ¡juzgue Dios!.

El joven respiraba trabajosamente, pero con brazo de hierro seguía sujetando al franciscano, que en vano pugnaba por desasirse.

- Mi corazón bate tranquilo, mi mano va segura...

Y mirando alrededor suyo:

- Antes, ¿hay entre vosotros alguno que no haya amado a su padre, que haya odiado su memoria, alguno nacido en la vergüenza y la humillación...?. ¿Ves?, ¿oyes ese silencio?. Sacerdote de un Dios de paz, que tienes la boca llena de santidad y religión, y el corazón de miseria, tú no debiste conocer lo que es un padre... ¡hubieras pensado en el tuyo!. ¿Ves?. ¡Entre esa multitud que tú desprecias no hay uno como tú!. ¡Estás juzgado!.

La gente que lo rodeaba, creyendo que iba a cometer un asesinato, hizo un movimiento.

- ¡Lejos! –volvió a gritar con voz amenazadora-; ¿qué?, ¿teméis que manche mi mano en sangre impura?. ¿No os he dicho que mi corazón bate tranquilo?. ¡Lejos de nosotros!. Mi padre era un hombre honrado, preguntadlo a ese pueblo que venera su memoria. Mi padre era un buen ciudadano: se ha sacrificado por mí y por el bien de su país. ¡Su casa estaba abierta, su mesa dispuesta para el extranjero o el desterrado que acudía a él en su miseria!. Era buen cristiano: ha hecho siempre el bien y jamás oprimió al desvalido, ni acongojó al miserable... A éste le ha abierto las puertas de su casa, le ha hecho sentarse a su mesa y le ha llamado su amigo. ¿Cómo ha correspondido?. Le ha calumniado, perseguido, ha armado contra él a la ignorancia, valiéndose de la santidad de su cargo, ha ultrajado su tumba, deshonrado su memoria y le ha perseguido en el mismo reposo de la muerte. Y, no contento con esto, ¡persigue al hijo ahora!. Yo le he huido, he evitado su presencia... Vosotros le oísteis esta mañana profanar el púlpito, señalarme el fanatismo popular, y yo me he callado. Ahora viene aquí a buscarme querella; he sufrido en silencio con sorpresa vuestra, pero insulta de nuevo la más sagrada memoria para todos los hijos... Vosotros los que estáis aquí, sacerdotes, jueces, ¿visteis a vuestro anciano padre desvelarse trabajando para vosotros, separarse de vosotros para vuestro bien, morir de tristeza en una prisión, suspirando por poderos abrazar, buscando un ser que le consuele, solo, enfermo, mientras vosotros en el extranjero... ¿Oísteis después deshonrar su nombre, hallásteis su tumba vacía cuando quisisteis orar sobre ella?. ¿No?. ¡Os calláis!, ¡luego le condenáis!.

Levantó el brazo; pero una joven, rápida como la luz, se puso en medio y con sus delicadas manos detuvo el brazo vengador: era María Clara.

Ibarra la miró con una mirada que parecía reflejar la locura. Poco a poco se aflojaron los crispados dedos de sus manos, dejando caer el cuerpo del franciscano y el cuchillo, y cubriéndose la cara huyó a través de la multitud.

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nagwaláng-bahalà