Capítulo 34: La Comida - Page 3 of 7

- ¡Ya sabe bien el Sr. Alférez que estos días no soy yo el que más gana o pierde!.

El alférez disimuló el golpe con una falsa risa y no se dio por aludido.

- Pero, señores, yo no comprendo cómo se puede hablar de ganancias o pérdidas –interviene el Alcalde-; ¿qué pensarían de nosotros esas amables y discretas señoritas que nos honran con su presencia?. Para mí, las jóvenes son como las arpas eólicas en medio de la noche: hay que escucharlas y prestar atento oído, para que sus inefables armonías, que elevan alma a las celestiales esferas de lo infinito y de lo ideal...

- ¡V.E. está poetizando! –dice alegremente el escribano, y ambos apuran la copa.

- No puedo menos –dice el Alcalde limpiándose los labios-; la ocasión, si no siempre hace al ladrón, hace al poeta. En mi juventud compuse versos, y por cierto, no malos.

- ¡De modo que V.E. ha sido infiel a las Musas por seguir a Themis! [15] –dice enfáticamente nuestro mítico o mitólogo corresponsal.

- ¡Psch!, ¿qué quiere Ud?. Recorrer toda la escala social fue siempre mi sueño. Ayer recogía flores y entonaba cantos, hoy empuño la vara de la Justicia y sirvo a la Humanidad, mañana...

- Mañana arrojará V.E. la vara al fuego para calentarse con ella en el invierno de la vida y tomará una cartera de ministro –añade el P. Sibyla.

- ¡Psh!, sí... no... ser ministro no es precisamente mi bello ideal: cualquier advenedizo lo llega a ser. Una villa en el norte para pasar el verano, un hotel en Madrid y unas posesiones en Andalucía para el invierno... Viviremos acordándonos de nuestra querida Filipinas... De mi no dirá Voltaire: Nous n’avons jamais été chez ces peuples que pour nous y enrichir et pour les colomnier. [16]

Los empleados creyeron que S.E. había dicho una gracia y se echaron a reír celebrándola: los frailes los imitaron pues no sabían que Voltaire era el Voltaire tantas veces maldecido por ellos y puesto en el infierno. Sin embargo, el P. Sibyla lo sabía y se puso serio, suponiendo que el Alcalde había dicho una herejía o impiedad.

En el otro quiosco comían los niños, presididos por su maestro. Para ser chicos filipinos hacían bastante ruido, pues generalmente en la mesa y delante de otras personas pecan más de cortos que de sueltos. Tal que equivocaba el uso de los cubiertos era corregido por el vecino; de aquí surgía una discusión y ambos encontraban partidarios: quiénes decían la cuchara, quiénes el tenedor o el cuchillo, y como no consideraban a nadie como una autoridad, allí se armaba la de Dios es Cristo o, más claramente, una discusión de teólogos.

Los padres se guiñaban, se codeaban, se hacían señas y en sus sonrisas se podía leer que eran felices.

[15] Las musas son las diosas del canto, la poesía, las artes y las ciencias. Themis es la diosa de la justicia.

[16] En francés, nunca hemos estado entre estas gentes más que para enriquecernos y calumniarles.

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