Capítulo 34: La Comida - Page 5 of 7
- Y ¿el cura?, ¿acaso el cura no ve también lo que vuestro doctor?. ¡Y todavía mejor!, ya sabéis el refrán: gallina gorda y pierna redonda para el cura!.
- ¿Pues qué?, ¿comen los médicos sardinas secas?, ¿se lastiman los dedos comiendo sal?.
- ¿Se ensucia el cura la mano como vuestros médicos?. Para eso tiene grandes haciendas, y cuando trabaja, trabaja con música y le ayudan los sacristanes!.
- ¿Y el confesar, cumare?. ¿No es un trabajo?.
- ¡Vaya un trabajo!. ¡Ya quisierais estar confesando a todo el mundo!. ¡Con que trabajamos y sudamos para averiguar qué hacen los hombres y las mujeres, qué nuestros vecinos!. ¡El cura no hace más que sentarse, y todo le cuentas: ¡a veces se duerme, pero suelta dos o tres bendiciones y somos otra vez hijos de Dios!. ¡Ya quisiera yo ser cura en una tarde de cuaresma!.
- Y ¿el... el predicar?, eso no, me diréis que no es trabajo. ¡Ved, si no, cómo sudaba esta mañana el cura grande –objetaba el hombre que sentía batirse en retirada.
- ¿El predicar?. ¿Un trabajo el predicar?. ¿Dónde tenéis el juicio?. ¡Ya quisiera yo estar hablando medio día, desde el púlpito, regañando y riñendo a todos, sin que ninguno se atreva a replicar y pagándome por ello todavía!. ¡Ya quisiera yo ser cura no más que una mañana, cuando estén oyendo misa los que me deben!. ¡Ved, ved no más al P. Dámaso como engorda de tanto reñir y pegar!.
En efecto, venía el P. Dámaso, con el andar de hombre gordo, medio sonriendo pero de una manera tan maligna que Ibarra al verle perdió el hilo de su discurso.
El P. Dámaso fue saludado, si bien con cierta extrañeza, pero con muestras de alegría por todos, menos por Ibarra. Estaban ya en los postres y el champaña espumaba en las copas.
La sonrisa del P. Dámaso se hizo nerviosa cuando vio a María Clara sentada a la derecha de Crisóstomo; pero, tomando una silla al lado del Alcalde, preguntó en medio de un silencio significativo:
- ¿Se habla de algo señores?, ¡continúen Uds!.
- Se brindaba –contestó el Alcalde-. El Sr. de Ibarra mencionaba a cuantos les habían ayudado en su filantrópica empresa y hablaba del arquitecto, cuando V.R....
- Pues yo no entiendo de arquitectos, interrumpió el P. Dámaso, pero me río de los arquitectos y de los bobos que a ellos acuden. Ahí está, yo tracé el plano de esa iglesia y está construida perfectamente: así me lo dijo un joyero inglés que se hospedó un día en el convento. ¡Para trazar un plano basta tener dos dedos de frente!.
- Sin embargo –repuso el Alcalde viendo que Ibarra se callaba-, cuando ya se trata de ciertos edificios, por ejemplo, como esta escuela, necesitamos un perito...