Capítulo 33: Libre Pensamiento
ESTABA CONCLUYENDO IBARRA de arreglarse, cuando un criado le anunció que un campesino preguntaba por él.
Suponiendo fuese uno de sus trabajadores, ordenó le introdujesen en su despacho o gabinete de estudio, biblioteca a la vez que laboratorio químico.
Pero a su gran extrañeza, se encontró con la severa y misteriosa figura de Elías.
- ¡Me habéis salvado la vida! –dijo éste en tagalo comprendiendo el movimiento de Ibarra-, os he pagado mi deuda a medias y no tenéis nada que agradecer, antes al contrario. He venido para pediros un favor...
- ¡Hablad! –contestó el joven en el mismo idioma, sorprendido de la gravedad de aquel campesino.
Elías fijó algunos segundos su mirada en los ojos de Ibarra y repuso:
- Cuando la justicia de los hombres quiera aclarar este misterio, os suplico no habléis a nadie de la advertencia que os hice en la iglesia.
- Descuidad –contestó el joven con cierto tono de disgusto-; sé que os persiguen, pero yo no soy ningún delator.
- ¡Oh, no es por mí! –exclamó con cierta viveza y altivez Elías-; es por vos: yo no temo nada de los hombres.
La sorpresa de nuestro joven se aumentó: el tono con que hablaba aquel campesino, antes piloto, era nuevo y no parecía estar en relación ni con su estado ni su fortuna.
- ¿Qué queréis decir? –preguntó interrogando con sus miradas a aquel hombre misterioso.
- Yo no hablo por enigmas, yo procuro expresarme con claridad. Para mayor seguridad vuestra, es menester que os tengan por desprevenido y confiado vuestros enemigos.
Ibarra retrocedió.
- ¿Mis enemigos?. ¿Tengo enemigos?.
- ¡Todos los tenemos, señor, desde el más pequeño insecto hasta el hombre, desde el más pobre al más rico y poderoso!. ¡La enemistad es la ley de la vida!.
Ibarra miró en silencio a Elías.
- ¡Vos no sois piloto ni sois campesino...! –murmuró.