Capítulo 33: Libre Pensamiento - Page 3 of 3
- ¡No! –interrumpió Elias adivinando la objeción-, no es lo mismo. Cuando el hombre condena a los otros a muerte o destruye para siempre su porvenir, lo hace a mansalva y dispone de la fuerza de otros hombres para ejecutar sus sentencias, que después de todo pueden ser equivocadas o erróneas. Pero yo, al exponer al criminal en el mismo peligro que él ha preparado a los otros, participaba de los mismos riesgos. Yo no le maté, dejé que la mano de Dios le matara.
- ¿No creéis en la casualidad?.
- Creer en la casualidad es como creer en los milagros: ambas cosas suponen que Dios desconoce el porvenir. ¿Qué es casualidad?. Un acontecimiento que nadie en absoluto ha previsto. ¿Qué es milagro?. Una contradicción, un trastorno de las leyes naturales. Imprevisión y contradicción en la Inteligencia que dirige la máquina del mundo significa dos grandes imperfecciones.
- ¿Quién sois? –volvió a preguntar Ibarra con cierto temor-; ¿habéis estudiado?.
- He tenido que creer mucho en Dios porque he perdido la creencia en los hombres –contestó el piloto eludiendo la pregunta.
Ibarra creyó comprender a aquel joven perseguido: negaba la justicia humana, desconocía el derecho del hombre de juzgar a sus iguales, protestaba contra la fuerza y la superioridad de ciertas clases sobre las otras.
- Pero es menester que admitáis la necesidad de la justicia humana por imperfecta que ella pudiese ser –repuso-. Dios, por más ministros que tenga en la tierra, no puede, es decir, no dice claramente su juicio para dirimir los millones de contiendas que suscitan nuestras pasiones. Es menester, es necesario, ¡es justo que el hombre juzgue alguna vez a sus semejantes!.
- Sí, para hacer el bien, no el mal, para corregir y mejorar, no para destruir, porque si fallan sus juicios, él no tiene el poder de remediar el mal que ha hecho. Pero –añadió cambiando de tono- esta discusión está por encima de mis fuerzas y os entretengo ahora que os esperan. No olvidéis lo que yo os acabo de decir: tenéis enemigos: conservaos para el bien de vuestro país.
Y se despidió.
- ¿Cuándo os volveré a ver? –preguntó Ibarra.
- Siempre que queráis y siempre que os pueda ser útil. ¡Aún soy vuestro deudor!.
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