Capítulo 11: Los Baños - Page 5 of 12

Todos prestaron atencion. Aquel día se iba á dar la batallasobre la cuestion de la enseñanza del castellano por la que esta-ban allí desde hace días el P. Sibyla y el P. Irene. Se sabíaque el primero, como Vice Rector, estaba opuesto al proyectoy que el segundo lo apoyaba y sus gestiones lo estaban á su vezpor la señora condesa.

—¿Qué hay, qué hay? preguntaba S. E. impaciente.—

La juehion je lah jamah je jalon, repitió el secretarioahogando un bostezo.

—Quedan prohibidas!

—Perdone, mi General, dijo el alto empleado gravemente:V. E. me permitirá que le haga observar que el uso de lasarmas de salon está permitido en todos los paises del mundo...

El General se encogió de hombros.

—Nosotros no imitamos á ninguna nacion del mundo,observó secamente.

Entre S. E. y el alto empleado había siempre divergencia deopinion y basta que el último haga una observacion cualquierapara que el primero se mantenga en sus trece.

El alto empleado tanteó otro camino.

—Las armas de salon solo pueden dañar á los ratones ygallinas, dijo; van á decir que...

— ¿Que somos gallinas? continuó el General encogiéndosede hombros; y á mí, qué? Pruebas he dado yo de no serlo.

—Pero hay una cosa, observó el secretario; hace cuatromeses, cuando se prohibió el uso de las armas, se les ha asegu-rado á los importadores estrangeros que las de salon seríanpermitidas.

Su Excelencia frunció las cejas.

—Pero la cosa tiene arreglo, dijo Simoun.

—Cómo ?

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waláng iniwan