Capítulo 11: Los Baños - Page 4 of 12
Simoun contaba que había sido atajado por una banda detulisanes quienes, despues de agasajarle por un día le dejaronseguir el viaje sin exigirle más rescate que sus dos magníficosrevólvers Smith y las dos cajas de cartuchos que consigo llevaba.Añadía que los tulisanes le habían encargado muchas memoriaspara su Excelencia, el Capitan General.
Y por esto y como contase Simoun que los tulisanes estabanmuy bien provistos de escopetas, fusiles y revólvers, y quecontra semejantes individuos un hombre solo por bien armadoque estuviese no se podía defender, S. E. para evitar en lofuturo que los tulisanes adquieran armas, iba á dictar un nuevodecreto concerniente á las pistolas de salon.
—¡Al contrario, al contrario! protestaba Simoun; si paramí los tulisanes son los hombres más honrados del país; sonlos únicos que ganan su arroz debidamente... Creen ustedes quesi hubiera caido en manos... vamos! de usted por ejemplo,. ¿mehabría dejado escapar sin quitarme la mitad de mis alhajas,cuando menos?
Don Custodio iba á protestar : aquel Simoun era verdadera-mente un grosero mulato americano que abusaba de su amistadcon el Capitan General para insultar al P. Irene. Verdad estambien que el P. Irene tampoco le habría soltado por tanpoca cosa.
— Si el mal no está, prosiguió Simoun, en que haya tulisanesen los montes y en el despoblado; el mal está en los tulisanesde los pueblos y de las ciudades...
—Como usted, añadió riendo el canóniga.
— Sí, como yo, como nosotros, seamos francos, aquí no nosoye ningun indio, continuó el joyero; el mal está en que todosno seamos tulisanes declarados; cuando tal suceda y vayamosá habitar en los bosques, ese día se ha salvado el país, ese díanace una nueva sociedad que se arreglará ella sola... y S. E.podrá entonces jugar tranquilamente al tresillo sin necesidadde que le distraiga el secretario...
El secretario bostezaba en aquel momento- estendiendoambos brazos por encima de la cabeza y estirando en lo posiblelas piernas cruzadas por debajo de la mesita.
Al verle todos se rieron. Su Excelencia quiso cortar el girode la conversacion y soltando les cartas que había estado pei-nando dijo entre serio y risueño :
—Vaya, vaya! basta de bromas y juegos; trabajemos, traba-jemos de firme que aun tenemos media hora antes del almuerzo.¿Hay muchos asuntos que despachar?