Capítulo 12: Placido Penitente

De mala gana y con los ojos casi llorosos iba PlácidoPenitente por la Escolta para dirigirse á la Universidad deSanto Tomás.

Hacía una semana apenas que había llegado de su puebloy ya había escrito dos veces á su madre reiterando sus deseosde dejar los estudios para retirarse y trabajar. Su madre lehabía contestado que tuviese paciencia, que cuando menosdebía graduarse de bachiller en artes, pues era triste abandonarlos libros despues de cuatro años de gastos y sacrificios porparte de uno y otro.

De dónde le venía á Penitente el desamor al estudio, cuandoera uno de los más aplicados en el famoso colegio que el P.Valerio dirigía en Tanawan? Penitente pasaba allí por ser unode los mejores latinistas y sutiles argumentadores, que sabíanenredar ó desenredar las cuestiones más sencillas ó abstrusas;los de su pueblo le tenían por el más listo, y su cura, influidopor aquella fama, ya le daba el grado de filibustero, pruebasegura de que no era tonto ni incapaz. Sus amigos no se expli-caban aquellas ganas de retirarse y dejar los estudios ; notenía novias, no era jugador, apenas conocia el hunkían y seaventuraba en un revesino; no creía en los consejos de losfrailes, se burlaba del tandang Basio, tenía dinero de sobra,trajes elegantes, y sin embargo iba de mala gana á clase ymiraba con asco los libros.

En el Puente de España, puente que solo de España tieneel nombre pues hasta sus hierros vinieron del Extrangero,encontróse con la larga procesion de jóvenes que se dirigíaná Intramuros para sus respectivos colegios. Unos iban vestidosá la europea, andaban de prisa, cargando libros y cuadernos,preocupados, pensando en su leccion y en sus composiciones ;estos eran los alumnos del Ateneo. Los letranistas se distin-guían por ir casi todos vestidos á la filipina, más numerosos ymenos cargados de libros. Los de la Universidad visten con másesmero y pulcritud, andan despacio y, en vez de libros, suelenllevar un baston. La juventud estudiosa de Filipinas no es muybulliciosa ni bullanguera; va como preocupada; al verlacualquiera diría que delante de sus ojos no luce ninguna espe-ranza, ningun risueño porvenir. Aunque de espacio en espacioalegran la procesion las notas simpáticas y ricas en colores delas educandas de la Escuela Municipal con la cinta sobre elhombro y los libros en la mano, seguidas de sus criadas, sin em-bargo apenas resuena una risa, apenas se oye una broma;nada de canciones, nada de salidas graciosas; á lo más bromaspesadas, peleas entre los pequeños. Los grandes casi siemprevan serios y bien compuestos como los estudiantes alemanes.

Plácido seguía el paseo de Magallanes para entrar por labrecha — antes puerta — de Sto. Domingo, cuando de repenterecibió una palmada sobre el hombro que le hizo volverseinmediatamente de mal humor.

— Olé, Penitente, olé, Penitente !

Era el condiscípulo Juanito Pelaez, el barbero ó favorito delos profesores, pillo y malo como él solo, de mirada picarescay sonrisa de truhan. Hijo de un mestizo español, — rico comer-ciante en uno de los arrabales que cifraba todas sus alegrias yesperanzas en el talento del joven, — prometía mucho por suspicardías y, gracias á su costumbre de jugar malas pasadas átodos, escondiéndose despues detrás de sus compañeros, teniauna particular joroba que se aumentaba cada vez que hácíauna de las suyas y se reía.

—Cómo te has divertido, Penitente? preguntaba dándolepalmadas fuertes sobre el hombro.

—Así, así, contestó Plácido algo cargado, y tú?

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