Capítulo 63: La Nochebuena - Page 5 of 7

- ¡Madre soy yo! –gritó el muchacho desesperado.

La loca no oía, el hijo seguía jadeante. Los sembrados habían pasado y estaban ya cerca del bosque.

Basilio vio a su madre entrar en él y entró también. Las matas, los arbustos, los espinosos juncos y las raíces salientes de los árboles impedían la carrera de ambos. El hijo seguía la silueta de su madre, alumbrada de cuando en cuando por los rayos de la luna, penetrando a través de los claros y las ramas. Era el misterioso bosque de la familia de Ibarra.

El muchacho tropezó varias veces cayendo, pero se levantaba, no sentía dolor: toda su alma se reconcentraba en sus ojos, que seguían la querida figura.

Pasaron el arroyo, que murmuraba dulcemente; las espinas de las cañas caídas en el barro de la orilla, se hundían en sus pies desnudos: Basilio no se detenía para arrancarlos.

A su gran sorpresa vio que su madre se internaba en la espesura y entraba por la puerta de madera, que cierra la tumba del viejo español al pie del balitî.

Basilio trató de hacer lo mismo pero halló la puerta cerrada. La loca defendía la entrada con sus descarnado brazos y desgreñada cabeza, manteniéndola cerrada con todas sus fuerzas.

- ¡Madre, soy yo, soy yo, soy Basilio, vuestro hijo! –gritó el extenuado, muchacho dejándose caer.

Pero la loca no cedía; apoyándose con los pies contra el suelo ofrecía una enérgica resistencia.

Basilio golpeó la puerta con el puño, con la cabeza, bañada en sangre, lloró, pero en vano. Levantose trabajosamente, miró al muro, pensando escalarlo, pero nada halló. Lo rodeó entonces y vio una rama del fatídico balitî cruzándose con la de otro árbol. Trepó: su amor filial hacía milagros, y de rama en rama pasó al balitî, y vio a su madre sosteniendo aún con su cabeza las hojas de la puerta.

El ruido que hacía en las ramas llamó la atención de Sisa; volvióse y quiso huir, pero el hijo, dejándose caer del árbol, la abrazó y la cubrió de besos, perdiendo después el sentido.

Sisa vio la frente bañada en sangre; inclinose hacia él, sus ojos parecían saltar de las órbitas, le miró en la cara, y aquellas pálidas facciones sacudieron las dormidas células de su cerebro; algo como una chispa brotó de su mente, reconoció a su hijo y, soltando un grito, cayó sobre el desmayado muchacho, abrazándole y besándole.

Madre e hijo permanecieron inmóviles...

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mákaisáng-pusò