Capítulo 63: La Nochebuena

ARRIBA, EN LA VERTIENTE DE LA MONTAÑA, cabe a un torrente, se esconde entre los árboles una choza, construida sobre torcidos troncos. Sobre su techo de kogon [12] trepa ramosa, cargada de frutas y flores, la calabaza; adornan el rústico hogar cuernas de venado, calaveras de jabalí, algunas con largos colmillos. Allí vive una familia tagala, dedicada a la caza y a cortar leñas.

A la sombra de un árbol, el abuelo hace escobas con los nervios de la palma, mientras una joven coloca en un cesto huevos de gallina, limones y legumbres. Dos muchachos, un niño y una niña, juegan al lado de otro, pálido, melancólico, de ojos grandes y mirada profunda, sentado sobre un caído tronco. En sus enflaquecidas facciones reconoceremos al hijo de Sisa, Basilio, el hermano de Crispín.

- Cuando te pongas bueno del pie –le decía la niña- jugaremos pico-pico con escondite, yo seré la madre.

- Subirás con nosotros a la cumbre del monte –añadía el niño-, beberás sangre de venado con zumo de limón y te pondrás grueso, y entonces te enseñaré a saltar de roca en roca, encima del torrente.

Basilio sonreía con tristeza, miraba la llaga de su pie, y después dirigía la vista al sol que brillaba espléndido.

- Vende estas escobas –dijo el abuelo a la joven- y compra algo para tus hermanos que hoy es la Pascua.

- ¡Reventadores, quiero reventadores! –gritó el niño.

- ¡Yo, una cabeza para mi muñeca! –gritó la niña, cogiendo a su hermana del tapis. [13]

- Y tú, ¿qué quieres? –preguntó el abuelo a Basilio.

Este se levantó trabajosamente y se acercó al anciano.

- Señor -le dijo- ¿he estado pues enfermo más de un mes?.

- Desde que te encontramos desmayado y lleno de heridas, han pasado dos lunas; creíamos que ibas a morir...

- ¡Dios os pague; nosotros somos muy pobres! –repuso Basilio-, pero ya que hoy es Pascua, quiero ir al pueblo para ver a mi madre y a mi hermanito. Me estarán buscando.

- Pero, hijo, todavía no estás bueno y tu pueblo está muy lejos; no llegas a media noche.

[12] Hierba dura endémica en Filipinas de rápido crecimiento muy espesa que puede alcanzar hasta metro y medio de altura. Está tan bien adaptada al ambiente que si se quema sale enseguida con más fuerza, el único modo de acabar con ella es el mismo que ella usa para que no crezca nada: negarla la luz del sol. Es muy útil para hacer tejados en grandes y gruesas brazadas al estilo de las cabañas inglesas. Si se construye el tejado con pericia es impermeable pero a causa de los gorgojos, hay que cambiarlo cada cuatro o cinco años, bien es que con poco problema pues la hierba es una peste y sólo cuesta cortarla.

[13] Ver nota 2 al Capítulo 21y nota 13 al Capítulo 39.

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matigás ang pusò