Capítulo 42: Los Esposos De Espadaña
YA HA PASADO LA FIESTA; los vecinos del pueblo hallan otra vez, como todos los años, que la caja está más pobre, que han trabajado, sudado y desvelado mucho sin divertirse, sin adquirir nuevos amigos, en una palabra, han comprado caro el bullicio y los dolores de cabeza. Pero no importa; el año que viene se hará lo mismo, lo mismo la venidera centuria, pues ésta ha sido hasta ahora la costumbre.
En casa de Capitán Tiago reina bastante tristeza: todas las ventanas están cerradas, la gente apenas hace ruido al andar y sólo en la cocina se atreve a hablar en voz alta. María Clara, el alma de la casa, yace enferma en el lecho; su estado se lee en todos los semblantes, como se leen las dolencias del espíritu en las facciones de un individuo.
- ¿Qué te parece, Isabel: hago la limosna a la cruz de Tunasan o la cruz de Matahong? –pregunta en voz baja el atribulado padre-. La cruz de Tunasan crece, pero la de Matahong suda; ¿cuál crees tú que sea más milagrosa?.
Tía Isabel piensa, mueve la cabeza y murmura:
- Crecer... crecer es mayor milagro que sudar: todos sudamos pero no crecemos todos.
- Es verdad, sí. Isabel, pero advierte que sudar..., sudar la madera que hacían para pie de banco no es milagro... Vamos, lo mejor será dar limosna a ambas cruces, así ninguna se resiente y María Clara sanará más pronto... ¿Están bien los cuartos?. Ya sabes que viene con los doctores un nuevo señor medio pariente del P. Dámaso; es menester que nada falte.
En el otro extremo del comedor están las dos primas. Sinang y Victoria, que vienen a acompañar a la enferma. Andeng les ayuda a limpiar un servicio la plata para tomar el té.
- ¿Conocéis al doctor Espadaña? –pregunta con interés a Victoria la hermana de leche de María Clara.
- ¡No! –contesta la interpelada-; lo único que sé de él es que cobra muy caro: según Capitán Tiago.
- ¡Entonces debe ser muy bueno! –dice Andeng-; el que agujereó el vientre de Dª. María cobraba caro, por eso era sabio.
- ¡Tonta! –exclama Sinang-, no todo el que cobra caro es sabio. Mírale al doctor Guevara; después que no supo ayudar al parto, cortándole la cabeza al niño, le cobra cincuenta pesos al viudo... lo que sabe es cobrar.
- ¿Qué sabes tú? –le pregunta su prima dándole un codazo.
- ¿No lo he de saber?. El marido, que es un aserrador de maderas, después de perder su esposa, tuvo también que perder su casa, porque el Alcalde que es amigo del doctor le obligó a pagar... ¿no lo he de saber?. Mi padre le prestó el dinero para hacer el viaje a Santa Cruz.
Un coche parándose delante de la casa cortó todas las conversaciones.