Capítulo 43: Proyectos
SIN CUIDARSE DE NADIE, se fue derecho a la cama de la enferma y, tomándola de la mano:
- ¡María! –dijo con indecible ternura, y brotaron lágrimas de sus ojos- ¡María, hija mía, no te has de morir!.
María abrió los ojos y le miró con cierta extrañeza.
Ninguno de los que le conocían al franciscano sospechaba en él tiernos sentimientos; bajo aquel rudo y grosero aspecto nadie creía que existiese un corazón.
El P. Dámaso no pudo seguir más y se alejó de la joven, llorando como un niño. Fuese a la caída para dar rienda suelta a su dolor, bajo las favoritas enredaderas del balcón de María Clara.
- ¡Cómo la ama a su ahijada! –pensaron todos.
Fr. Salví la contemplaba inmóvil y silencioso, mordiéndose ligeramente los labios.
Sosegado algún tanto, le fue presentado por Dª. Victorina el joven Linares, que se le acercó con respeto.
Fr. Dámaso le contempló en silencio, de pies a cabeza, tomó la carta que aquél le alcanzaba y la leyó sin comprenderla al parecer, pues le preguntó:
- Y ¿quién es Ud.?.
- Alfonso Linares, el ahijado de su cuñado... –balbuceó el joven.
El P. Dámaso echó el cuerpo hacia atrás, examinó de nuevo al joven y, animándose su fisonomía, se levantó.
- ¡Con que eres tú el ahijado de Carlicos! –exclamó abrazándole- ven que yo te abrace... hace unos días recibí carta suya... ¡con que eres tu!. No te conocí... Ya se ve, aún no habías nacido cuando dejé el país; no te conocí!.
Y el P. Dámaso estrechaba en sus robustos brazos al joven que se ponía rojo no se sabe si de vergüenza o de una asfixia. El P. Dámaso parecía haber olvidado por completo su dolor.
Pasados los primeros momentos de efusión y hechas las primeras preguntas acerca de Carlicos y de la Pepa, preguntó el P. Dámaso:
- Y ¡vamos!, ¿qué quiere Carlicos que haga por ti?.
- En la carta creo que dice algo... volvió a balbucear Linares.