Capítulo 41: Dos Visitas
EN EL ESTADO DE ÁNIMO en que se encontraba Ibarra, le era imposible conciliar el sueño; así que, para distraer su espíritu y alejar las tristes ideas que se exageran durante la noche, púsose a trabajar en su solitario gabinete. El día le alcanzó haciendo mezclas y combinaciones, a cuya acción sometía trocitos de caña y otras sustancias que encerraba después en frascos numerados y lacrados.
Un criado entró anunciándole la llegada de un campesino.
- ¡Qué pase! –dijo sin volverse siquiera.
Entró Elías, que permaneció de pie en silencio.
- ¡Ah! ¿sois vos? –exclamó Ibarra en tagalo al reconocerle-; dispensad que os haya echo esperar, no me había apercibido: estaba haciendo un experimento importante...
- ¡No quiero distraeros! –contestó el joven piloto-; he venido primero para preguntaros si querías algo para la provincia de Batangas hacia donde parto ahora, y después para daros una mala noticia...
Ibarra interrogó al piloto con la mirada.
- La hija de Capitán Tiago está enferma –añadió Elías tranquilamente-, pero no de gravedad.
- ¡Yo ya me lo temía! –exclamó Ibarra con voz débil-; ¿sabéis qué enfermedad es?.
- ¡Una fiebre!. Ahora, si no tenéis nada que mandar...
- Gracias, amigo mío; os deseo buen viaje... pero, antes, permitid que os haga una pregunta; si es indiscreta no respondáis.
Elías se inclinó.
- ¿Cómo habéis podido conjurar el motín de anoche? –preguntó Ibarra fijando en él sus ojos.
- ¡Muy sencillamente! –contestó Elías con la mayor naturalidad-; los que dirigían el movimiento eran dos hermanos cuyo padre había muerto, apaleado por la Guardia Civil; un día tuve fortuna de salvarlos de las mismas manos en que había caído su padre y ambos me están por esto agradecidos. A ellos me dirigí anoche y ellos se encargaron de disuadir a los demás.
- Y ¿esos dos hermanos cuyo padre murió apaleado...?.
- Acabarán como el padre –contestó Elías en voz baja-; cuando la desgracia ha marcado una vez una familia, todos los miembros tienen que perecer; cuando el rayo hiere un árbol, todo lo reduce a cenizas.
Y Elías, viendo que Ibarra callaba, se despidió.