Capítulo 40: El Derecho Y La Fuerza - Page 2 of 6

- ¡Gracias!, para soñar y disparatar me basto yo solo –contestó con risa sarcástica el filósofo-; pero ahora me acuerdo, ¿no ha llamado nunca su atención el carácter de nuestro pueblo?. Pacífico, gusta de espectáculos belicosos, de luchas sangrientas; demócrata, adora emperadores, reyes y príncipes; irreligioso, se arruina por las pompas del culto; nuestras mujeres tienen un carácter dulce y deliran cuando una princesa blande la lanza... ¿Sabe Ud. a qué se debe esto?. Pues...

La llegada de María Clara y sus amigas cortó la conversación. D. Filipo las recibió y las acompañó a sus asientos. Detrás venía el cura con otro franciscano y algunos españoles. Con el cura venían también otros vecinos que tienen por oficio escoltar a los frailes.

- ¡Dios los premie también en la otra vida! –dijo el viejo Tasio alejándose.

La función empezó con Chananay y Marianito en Crispino é la Comare. Todos tenían ojos y oídos en el escenario menos uno: el P. Salví. Parecía no haber ido allí más que para vigilar a María Clara, cuya tristeza daba a su hermosura un aire tan ideal e interesante que se comprende que se la contemple con arrobamiento. Pero los del franciscano, profundamente ocultos en sus socavadas órbitas, no decían arrobamiento: en aquella sombría mirada se leía algo desesperadamente triste: ¡con tales ojos contemplaría Caín desde lejos el Paraíso cuyas delicias le pintara su madre!.

Se concluía el acto cuando entró Ibarra; su presencia ocasionó un murmullo: la atención de todos se fijó en él y en el cura.

Pero el joven no pareció apercibirse de ello, pues saludó con naturalidad a María Clara y a sus amigas, sentándose a su lado. La única que habó fue Sinang.

- ¿Has estado a ver el Volcán? –preguntó.

- No amiguita, he tenido que acompañar al Capitán General.

- ¡Pues es lástima!. El cura venía con nosotras, y nos contaba historias de condenados. ¿te parece?, meternos miedo para que no nos divirtamos, ¿te parece?.

El cura se levantó y acercóse a D. Filipo, con quien pareció entablar una viva discusión. El cura hablaba con viveza, D. Filipo con mesura y en voz baja.

- ¡Siento no poder complacer a V.R. –decía éste-; el Sr. Ibarra es uno de los mayores contribuyentes y tiene derecho a estarse aquí mientras no perturbe el orden.

- Pero ¿no es perturbar el orden escandalizar a los buenos cristianos?. ¡Es dejar un lobo entrar en el rebaño!. ¡Responderás de esto ante Dios y ante las autoridades!.

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waláng bukáng bibíg