Capítulo 39: Doña Consolación

¿POR QUÉ ESTÁN CERRADAS las ventanas de la casa del alférez?, ¿dónde estaban, mientras pasaba la procesión, la cara masculina y la camisa de franela de la Medusa o la Musa de la Guardia Civil?. ¿Habrá comprendido Dª. Consolación lo desagradable que eran su frente surcada de gruesas venas, conductoras, al parecer, no de sangre sino de vinagre y hiel, el grueso tabaco, digno adorno de sus morados labios y su envidiosa mirada y, cediendo a un generoso impulso, no ha querido turbar con su aparición siniestra las alegrías de la multitud?.

¡Ay!, ¡para ella los impulsos generosos vivieron en la Edad de Oro!.

La casa está triste porque el pueblo se alegra, como decía Sinang; no tiene ni faroles ni banderas. Si el centinela no se pasease delante de la puerta, se diría que la casa estaba deshabitada.

Una débil luz alumbra la desarreglada sala y pone transparentes las sucias conchas [11] en que se ha agarrado la telaraña e incrustado el polvo. La Señora, según su costumbre de estar mano sobre mano, dormita en un ancho sillón. Viste como todos los días, es decir, mal y horriblemente; por todo tocado un pañuelo atado a la cabeza, dejando escapar delgados y cortos mechones de cabellos enmarañados; la camisa de franela azul, sobre otra que debió haber sido blanca, y una falda desteñida que modela los delgados y aplanados muslos, colocados uno sobre otro y agitándose febrilmente. De su boca van saliendo bocanadas de humo, que arroja con fastidio al espacio hacia donde mira cuando abre los ojos. Si en aquel momento la hubiese visto D. Francisco de Cañamaque, la habría tomado por un cacique del pueblo o el mankukúlam [12], adornando después su descubrimiento con comentarios en lengua de tienda, inventada por él para su uso particular.

Aquella mañana, la Señora no había oído misa, no porque no hubiese querido, al contrario, quería enseñarse a la multitud y oír el sermón, pero el marido no se lo había permitido y la prohibición iba acompañada como siempre de dos o tres insultos, juramentos y amenazas de puntapiés. El alférez comprendía que su hembra vestía ridículamente, que olía a eso que llaman querida de soldados y que no convenía exponerla a las miradas de los personajes de la Cabecera ni de los forasteros.

Pero ella no lo entendía así. Sabía que era hermosa, atractiva, que tenía aires de reina y que vestía mucho mejor y con más lujo que la misma María Clara: ésta iba de tapis, ella de saya suelta. [13] Fue necesario que el alférez le dijese: ¡O te callas o te envío a puntapiés a tu pueblo!.

Dª. Consolación no quería volver a puntapiés a su pueblo, pero pensó en la venganza.

Jamás fue propia para infundir confianza en nadie la faz oscura de la Señora, ni cuando se pintaba, pero aquella mañana inquietó grandemente, sobre todo cuando la vieron recorrer la casa de un extremo a otro, silenciosa y como meditando algo terrible o maligno: su mirada tenía el reflejo que brotaba de la pupila de una serpiente cuando, cogida, va a ser aplastada: era fría, luminosa, penetrante y tenía algo de viscoso, asqueroso, cruel.

La más pequeña falta, el más insignificante inusitado ruido le arrancaban un torpe e infame insulto que abofeteaba al alma; pero nadie respondía: excusarse era otro crimen.

[11] Componente de la casa tradicional filipina son las ventanas de capiz, un escalope local de conchas llanas y traslúcidas que se montan en madera en paneles corredizos que hacen de hojas en las ventanas. Para más información se puede ver la casa tradicional de Filipinas.

[12] Francisco de Cañamaque fué un residente de Filipinas en el siglo XIX que como tantos otros escribió su relación sobre las islas, no muy halagadora hacia los filipinos por los que no muestra gran aprecio. Mankukúlam es una especie de brujo o bruja a quien se atribuye capacidad para hacer daño clavando alfileres en un muñeco que representa a su víctima. Es también curandero/a quiromántico/a y se le pueden encargar 'trabajos.'

[13] El 'tapis' es un pañolón que las naturales de Filipinas llevaban ceñido a la cintura y caderas encima de la falda o saya. Las mestizas y españolas no usaban esta prenda. Doña Consolación se consideraba muy mestiza y por eso no lo vestía.

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