Capítulo 39: Doña Consolación - Page 4 of 7

Consolación vio el movimiento, reflexionó y balbuceó respirando fuertemente:

- Feli... Feli... File...

¡Pum!, ¡crracc!, la silla concluyó con la palabra.

Y la lección terminó a puñetazos, arañazos, bofetones. El cabo la cogió del cabello, ella a él de la perilla y de otra parte del cuerpo -morder no podía pues los dientes se le movían todos-, el cabo dio un grito, soltola, pidióle perdón, brotó la sangre, hubo un ojo más rojo que el otro, una camisa hecha jirones, salieron muchos órganos de sus escondites, pero Filipinas no salió.

Aventuras parecidas sucedían cada vez que se trataba del lenguaje. El cabo, que veía los progresos lingüísticos de ella, calculaba con dolor que en diez años su hembra perdería por completo el uso de la palabra. En efecto, así sucedió. Cuando se casaron, ella entendía aún el tagalo y se hacía entender en español; ahora, en la época de nuestra narración, ya no hablaba ningún idioma: se había aficionado tanto al lenguaje de los gestos, y de éstos escogía los más ruidosos y contundentes, que daba quince y falta al inventor del Volapük. [21]

Sisa, pues, tuvo la fortuna de no comprenderla. Desarrugáronse un poco sus cejas, una sonrisa de satisfacción animó su cara: indudablemente ella ya no sabía el tagalo, era ya orofea.

- ¡Asistente, di a ésta en tagalo que cante!. No me comprende, ¡no sabe el español!.

La loca comprendió al asistente y cantó la canción de la Noche.

Dª. Consolación oía al principio con risa burlona, pero la risa desapareció poco a poco de sus labios, se puso atenta, después seria y algo pensativa. La voz, el sentido de los versos y el canto mismo la impresionaban: aquel corazón árido y seco estaba tal vez sediento de lluvia. Ella lo comprendía bien: “La tristeza, el frío y la humedad que descienden del cielo envueltos en el marco de la noche”, según el kundiman, le parecían que descendían también sobre su corazón: “la flor mustia y marchita que durante el día había ostentado sus galas, deseosa de aplauso y llena de vanidad, al caer la tarde, arrepentida y desengañada, hace un esfuerzo para levantar sus ajados pétalos al cielo, pidiendo un poco de sombra para ocultarse y morir sin la burla de la luz que la vio en su pompa, sin ver la vanidad de su orgullo, un poco de rocío también que llore sobre ella. El ave nocturna deja su solitario retiro, el hueco del añoso tronco, turba la melancolía de las selvas...”.

- ¡No, no cantes! –exclamó la alfereza en perfecto tagalo levantándose agitada-, ¡no cantes!. ¡me hacen daño esos versos!.

La loca se calló: el asistente soltó un: ¡Abá!, ¡sabe palá [22] tagalo!, y quedóse mirando a la señora lleno de admiración.

Esta comprendió que se había delatado; avergonzóse, y, como su naturaleza no era la de una mujer, la vergüenza tomó el aspecto de rabia y odio. Señaló la puerta al imprudente y de un puntapié la cerró detrás de él. Dio unas cuantas vueltas por el aposento, retorciendo entre sus nervudas manos el látigo, y, parándose de repente delante de la loca, le dijo en español:

- ¡Baila!.

Sisa no se movió.

- ¡Baila, baila! –repitió con voz siniestra.

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kákalúg-kalóg