Capítulo 37: Su Excelencia

- ¡DESEO HABLAR CON ese joven! –decía S.E. [3] a un ayudante-; ha despertado todo mi interés.

- ¡Ya han ido a buscarle, mi general!. Pero aquí hay un joven de Manila que pide con insistencia ser introducido. Le hemos dicho que V.E. no tenía tiempo y que no había venido para dar audiencias sino para ver el pueblo y la procesión, pero ha contestado que V.E. siempre tiene tiempo disponible para hacer justicia.

S.E. se vuelve al Alcalde, maravillado.

- Si no me engaño –contesta éste haciendo una ligera inclinación-, es el joven que esta mañana ha tenido una cuestión con el P. Dámaso con motivo del sermón.

- ¿Aún otra?. ¿Se ha propuesto ese fraile alborotar la provincia, o cree que él manda aquí?. ¡Decid al joven que pase!.

S.E. se pasea nervioso de un extremo a otro de la sala.

En la antesala había varios españoles, mezclados con militares y autoridades del pueblo de S. Diego y de los vecinos; agrupados en corros conversaban o disputan. Encontrábase también ahí los frailes todos, menos el P. Dámaso, y querían pasar para presentar sus respetos a S.E.

- ¡S.E. el Capitán General suplica a V.V.R.R. que se esperen un momento! –dice el ayudante-; ¡pase Ud., joven!.

Aquel manileño que confundía el griego con el tagalo entró en la sala pálido y tembloroso.

Todos estaban llenos de sorpresa: muy irritado debía estar S.E. para atreverse a hacer esperar a los frailes. El P. Sibyla decía:

- ¡Yo no tengo nada que decirle... aquí pierdo tiempo!.

- Digo lo mismo –añade un agustino-, ¿nos vamos?.

- ¿No sería mejor que averiguásemos como piensa? –pregunta P. Salví-; evitaríamos un escándalo... y... podríamos recordarle... sus deberes para con... la Religión...

- ¡V.V.R.R. pueden pasar si gustan! –dice el ayudante conduciendo al joven que no entendía el griego, que ahora sale con un rostro en que brilla la satisfacción.

Fr. Sibyla entró primero; detrás venían el P. Salví, el P. Manuel Martín y los otros religiosos. Saludaron humildemente, menos el P. Sibyla que conservó, aún en la inclinación, un cierto aire de superioridad; el P. Salví por el contrario casi dobló la cintura.

- ¿Quién de V.V.R.R. es el P. Dámaso? –preguntó de improviso S.E. sin hacerles sentar, ni interesarse por su salud, sin dirigirles las frases lisonjeras a que estaban acostumbrados tan altos personajes.

- ¡El P. Dámaso no está, señor, entre nosotros! –contestó casi con el mismo acento seco el P. Sibyla.

[3] En este capítulo usa Rizal abreviaciones comunes de apelaciones protocolarias a las autoridades civiles y militares como 'V.E' y 'S.E.' (Vuestra Excelencia y Su Excelencia, para una autoridad como la del Capitán General), 'V.S.' (Vuestra Señoría, para una autoridad menor como la de un alcalde) y 'V.V.R.R.' (Vuestras Reverencias, para los religiosos)

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