Capítulo 24: En El Bosque - Page 7 of 9

- ¿No decíais que hay que regalar algo a la que mejor contestación obtenga? –preguntó con voz temblorosa de emoción mientras partía cuidadosamente el papel en dos pedazos.

- ¡Sí!. ¡Sí!.

- Pues bien, éste es mi regalo –dijo entregando a María Clara la mitad-; en el pueblo he de levantar una escuela para niños y niñas; ¡esta escuela será mi regalo!.

- Y ese otro pedazo, ¿qué quiere decir?.

- ¡Este se lo regalaré a quien haya obtenido la peor respuesta!.

- ¡Pues yo!, ¡entonces a mí! –gritó Sinang.

Ibarra le dio el papel y se alejó rápidamente.

- Y esto, ¿qué quiere decir?.

Pero el feliz joven ya estaba lejos y volvía a proseguir la partida de ajedrez.

Fr. Salví se acercó como distraído al alegre círculo de los jóvenes. María Clara se secaba una lágrima de alegría.

Cesó entonces la risa y enmudeció la conversación. El cura miraba a los jóvenes sin acertar a decir una sola palabra; éstos esperaban que él hablase y guardaban silencio.

- ¿Qué es esto? –pudo al fin preguntar cogiendo el librito y medio hojeándolo.

- La Rueda de la Fortuna, un libro de juego –contestó León.

- ¿No sabéis que es un pecado creer en estas cosas? –dijo y rasgó con ira las hojas.

Gritos de sorpresa y disgusto se escaparon de todos los labios.

- ¡Mayor pecado es disponer de lo que no es suyo contra la voluntad del dueño! –le replicó Albino levantándose-. Padre cura, eso se llama robar y Dios y los hombres lo prohíben.

María Clara juntó las manos y miró con ojos llorosos los restos de aquel libro que hace poco la había hecho tan feliz.

Fr. Salvi, contra lo que esperaban los presentes, no le replicó a Albino: quedóse viendo cómo revoloteaban las desgarradas hojas, yendo a parar algunas en el bosque, otras en el agua; después se alejó tambaleando con las dos manos sobre la cabeza. Detúvose algunos segundos hablando con Ibarra, que le acompañó hasta uno de los coches, dispuestos para llevar a conducir a los invitados.

- ¡Hace bien en marcharse ese espanta alegrías! –murmuraba Sinang-. ¡Tiene una cara que parece decir: No te rías que conozco tus pecados!.

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buháy ang loób