Capítulo 25: En Casa Del Filósofo
En Casa Del Filósofo [26]
A LA MAÑANA DEL DÍA SIGUIENTE Juan Crisóstomo Ibarra, después de visitar sus tierras, se dirigió a casa del anciano Tasio.
Completa tranquilidad reinaba en el jardín, pues las golondrinas que revoloteaban en torno de los aleros apenas hacían ruido. El musgo crecía en el viejo muro, donde una especie de hiedra trepaba, bordeando las ventanas. Aquella casita parecía la mansión del silencio.
Ibarra ató cuidadosamente su caballo a un poste, y caminando casi de puntillas, atravesó el jardín, limpia y escrupulosamente mantenido; subió las escaleras y, como la puerta estaba abierta entró.
Lo primero que se presentó a sus ojos fue el viejo, inclinado sobre un libro en el que parecía escribir. En las paredes se veían colecciones de insectos y hojas, entre mapas y viejos estantes, llenos de libros y manuscritos.
El viejo estaba tan absorto en su ocupación que no notó la llegada del joven sino cuando éste, no queriendo estorbarlo, trató de retirarse.
- ¿Cómo?, ¿estaba Ud. ahí? –preguntó mirando a Ibarra con cierta extrañeza.
- Ud. dispense –contestó éste-, veo que está muy ocupado...
- En efecto, escribía un poco, pero no urge y quiero descansar. ¿Puedo serle útil en algo?.
- ¡En mucho! –contestó Ibarra acercándose-; pero...
Y echó una mirada al libro que estaba sobre la mesa.
- ¿Cómo? –exclamó sorprendido-; ¿se dedica Ud. a descifrar jeroglíficos?.
- ¡No! –contestó el viejo ofreciéndole una silla-; no entiendo el egipcio ni el copto siquiera, pero comprendo algo el sistema de escritura y escribo en jeroglíficos.
- ¿Escribe en jeroglíficos?. Y ¿por qué? –preguntó el joven dudando de lo que veía y oía.
- ¡Para que no me puedan leer ahora!.
Ibarra se le quedó mirando de hito en hito, pensando si el viejo estaría en efecto loco. Examinó rápidamente el libro para ver si no mentía y vio muy bien dibujados animales, flores, pies, manos, brazos, etc.
- Y ¿por qué escribe Ud. entonces si no quiere que le lean?.
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