Capítulo 23: La Pesca - Page 3 of 9
Fue menester que cinco jóvenes pasasen a la otra barca para tranquilizar a las aterradas madres. ¡Casualidad!, parecía que al lado de cada una de las dalagas había un peligro: las viejas no tenían juntas ni un agujero comprometido. ¡Y más casualidad aún!, Ibarra estaba sentado al lado de María Clara, Albino al de Victoria, etc. La tranquilidad volvió a reinar en el círculo de las cuidadosas madres, pero no en el de las jóvenes.
Como el agua estaba completamente tranquila, los corrales de pesca no lejos, y era aún muy temprano, se decidió porque se dejasen los remos y todo el mundo desayunase. Apagáronse los faroles pues la aurora iluminaba ya el espacio.
- ¡No hay cosa que pueda compararse con el salabat tomado por la mañana antes de ir a misa! –decía Capitana Ticâ, la madre de la alegre Sinang-, tomad salabat con poto, [10] Albino, y veréis que hasta tendréis ganas de rezar.
- Es lo que hago –contestó éste-, pienso confesarme.
- ¡No! –decía Sinang-, tomad café que da ideas alegres.
- Ahora mismo, porque me siento un poco triste.
- ¡No hagáis eso! –le advertía tía Isabel-, tomad té con galletas; dicen que el té tranquiliza el pensamiento.
- ¡También tomaré té con galletas! –contestaba el complaciente seminarista-, por fortuna ninguna de estas bebidas es el catolicismo.
- Pero ¿podéis...? –pregunta Victoria.
- ¿Tomar también chocolate?. ¡Ya lo creo!. Con tal que el almuerzo no tarde mucho...
La mañana era hermosa: las aguas comenzaban a brillar de la luz directa del cielo y de la reflejada por las aguas, resultaba una claridad que iluminaba los objetos, casi sin producir sombras, una claridad brillante y fresca, saturada de colores, que adivinamos en algunas marinas.
Casi todos estaban alegres, aspiraban la ligera brisa que comenzaba a despertarse: hasta las madres, tan llenas de prevenciones y advertencias reían y bromeaban entre sí.
- ¿Te acuerdas? –decía una a Capitana Ticâ- ¿te acuerdas cuando nos bañábamos en el río, cuando aún éramos solteras?. Descendían a lo mejor la corriente, en barquitas hechas con cortezas de plátano, frutas de varias clases entre olorosas flores. Cada una llevaba una banderita en donde leíamos nuestros nombres...
- Y ¿cuándo volvíamos a casa? –añadía otra sin dejar concluir a la primera-, encontrábamos los puentes de caña destrozados y entonces teníamos que vadear los arroyos... ¡los pícaros!.
- ¡Sí! –decía Capitana Ticâ-, pero yo prefería mojar los bordes de mi falda antes de descubrir el pie: sabía que en los matorrales de la orilla había ojos que observaban.
[10] Golosina popular esponjosa hecha de harina de arroz. Hoy se llama 'puto.'