Capítulo 7: Simoun

En estas cosas pensaba Basilio al visitar la tumba de su madre. Disponíase á volver al pueblo, cuando creyó ver una claridad proyectada en medio de los árboles y oir una crepitacion de ramas, ruido de pisadas, roce de hojas... La luz se extinguió pero el ruido se hizo cada vez más distinto, y pronto vió una sombra aparecer en medio del recinto, marchando directamente hácia donde él estaba.

Basilio de por sí no era supersticioso y menos despues de haber descuartizado tantos cadáveres y asistido á tantos moribundos; pero las antiguas leyendas sobre aquel fúnebre parage, la hora, la oscuridad, el silbido melancólico del viento y ciertos cuentos oidos en su niñez influyeron algo en su ánimo y sintió que su corazon latía con violencia.

La sombra se detuvo al otro lado del baliti y el joven la podía ver al través de una hendidura que dejaban entre sí dos raices que habían adquirido con el tiempo las proporciones de dos troncos. Produjo debajo de su traje una lámpara de poderoso lente refractor, que despositó sobre el suelo alumbrando unas botas de montar : el resto quedaba oculto en la oscuridad. La sombra pareció registrar sus bolsillos, despues se encorvó para adaptar la hoja de una azada al estremo de un grueso baston : Basilio creyó distinguir con gran sorpresa suya algo de los contornos del joyero Simoun. Era el mismo en efecto.

El joyero cavaba la tierra, y de cuando en cuando la lámpara le iluminaba el rostro : no tenía los anteojos azules que tanto le desfiguraban. Basilio se entremeció. Aquel era el mismo desconocido que trece años antes había cavado allí la fosa de su madre, sólo que ahora había envejecido, sus cabellos se habían vuelto blancos y usaba bigote y barba, pero la Mirada era la misma, la misma expresion amarga, la misma nube en la frente, los mismos brazos musculosos, algo más secos ahora, la misma energía iracunda. Las impresiones pasadas renacieron en él : creyó sentir el calor de la hoguera, el hambre, el desaliento de entonces, el olor de la tierra removida... Su descubrimiento le tenía aterrado. De modo que el joyero Simoun que pasaba por indio inglés, portugués, americano, mulato, el Cardenal Moreno, la Eminencia Negra, el espíritu malo del Capitan General como le llamaban muchos, no era otro que el misterioso desconocido cuya aparicion y desaparicion coincidían con la muerte del heredero de aquellos terrenos. Pero de los dos desconocidos que se le presentaron, del muerto y delvivo quién era el Ibarra?

Esta pregunta que él se había dirigido varias veces siempre que se hablaba de la muerte de Ibarra, acudía de nuevo á su mente ante aquel hombre enigma que allí veía.

El muerto tenía dos heridas que debieron ser de armas de fuego segun lo que él estudió despues y serían las resultas de la persecucion en el lago. El muerto sería entonces el Ibarra que vendría para morir sobre la tumba de su antepasado, y su deseo de ser quemado se explica muy bien por su estancia en Europa donde se estila la cremacion. Entonces quién era el otro, el vivo, este joyero Simoun, entonces de apariencia miserable y que ahora volvía cubierto de oro y amigo de las autoridades? Allí había un misterio y el estudiante, con su sangre fría característica, se prometió aclararlo, y aguardó una ocasion.

Simoun cavaba y cavaba en tanto, pero Basilio veía que el antiguo vigor se había amenguado : Simoun jadeaba, respiraba con dificultad y tenía que descansar á cada momento.

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natunaw na parang asín