Epílogo - Page 3 of 4

- ¡Sobre el tejado... debe ser la monja que recoge brasas durante la noche!.

El distinguido sacó la cabeza y quiso ver.

Brilló otro relámpago y una vena de fuego surcó el cielo, dejándose oír un horrible estallido.

- ¡Jesús! –exclamó persignándose también.

En efecto, a la brillante luz del meteoro había visto una figura blanca, de pie, casi sobre el caballete del tejado, dirigidos al cielo los brazos y la cara, como implorándole. ¡El cielo respondía con rayos y truenos!.

Tras del trueno se oyó un quejido triste.

- ¡No es el viento, es el fantasma! –murmuró el soldado como respondiendo a la presión de mano de su compañero.

- ¡Ay!, ¡ay! –cruzaba el aire sobreponiéndose al ruido de la lluvia; el viento no podía cubrir con sus silbidos aquella voz dulce y lastimera, llena de desconsuelo.

Brilló otro relámpago de una deslumbrante intensidad.

- ¡No, no es fantasma! –exclamó el distinguido-; la he visto otra vez; es hermosa como la Virgen... ¡Vámonos de aquí y demos parte!.

El soldado no se hizo repetir la invitación y ambos desaparecieron.

¿Quién gime en medio de la noche, a pesar del viento, de la lluvia y de la tempestad?, ¿quién es la tímida virgen, la esposa de Jesucristo, que desafía los desencadenados elementos y escoge la tremenda noche y el libre cielo, para exhalar desde una peligrosa altura sus quejas a Dios?, ¿habrá abandonado el Señor su templo en el convento y no escucha ya las plegarias?, ¿no dejarán tal vez sus bóvedas que la aspiración del alma suba hasta el trono del Misericordioso?.

La tempestad se desencadenó furiosa durante casi toda la noche; durante la noche no brilló una sola estrella; los ayes desesperados, mezclados con los suspiros del viento, continuaron, pero hallaron sordos a la Naturaleza y a los hombres: Dios se había velado y no se oía.

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sinuób ng kamanyáng