Capítulo 61: La Caza En El Lago - Page 2 of 5

- Yo quiero desengañaros, señor, y evitaros un triste porvenir. Acordaos de aquella vez cuando yo os hablaba en esta misma barca y a la luz de esta misma luna, hará un mes, días más días menos: entonces erais feliz. La súplica de los desgraciados no llegaba hasta vos: desdeñásteis sus quejas porque eran quejas de criminales; disteis más oídos a sus enemigos y, a pesar de mis razones y ruegos, os pusisteis del lado de sus opresores, y de vos dependía entonces el que yo me convirtiese en criminal o me dejase matar para cumplir una palabra sagrada. Dios no lo ha permitido porque el anciano jefe de los malhechores ha muerto... ¡Ha pasado un mes y ahora pensáis de otra manera!.

- Tenéis razón, Elías, pero el hombre es un animal de circunstancias; entonces estaba cegado, disgustado, ¿qué se yo?. Ahora la desgracia me ha arrancado la venda; la soledad y la miseria de mi prisión me han enseñado; ahora veo el horrible cáncer que roe a esta sociedad, que se agarra a sus carnes y que pide una violenta extirpación. ¡Ellos me han abierto los ojos, me han hecho ver la llaga y me fuerzan a ser criminal!. Y pues que lo han querido, seré filibustero, pero verdadero filibustero; llamaré a todos los desgraciados, a todos los que dentro del pecho sienten latir un corazón, a esos que os enviaban a mí... ¡no, no seré criminal, nunca lo es el que lucha por su patria, al contrario!. Nosotros, durante tres siglos, les tendemos la mano, les pedimos amor, ansiamos llamarlos nuestros hermanos, ¿cómo nos contestan?. Con el insulto y la burla, negándonos hasta la cualidad de seres humanos. ¡No hay Dios, no hay esperanzas, no hay humanidad; no hay más que el derecho de la fuerza!.

Ibarra estaba nervioso; todo su cuerpo temblaba.

Pasaron por delante del palacio del General [3] y creyeron notar movimiento y agitación en los guardias.

- ¿Se habrá descubierto la fuga? –murmuró Elías-. Acostaos, señor, para que os cubra con el zacate, pues pasaremos al lado del Polvorista, y al centinela puede chocarle el que seamos dos.

La barca era una de esas finas y estrechas canoas que no bogan sino que resbalan por encima del agua.

Como Elías había previsto, el centinela le paró y le preguntó de dónde venía.

- De Manila, de dar zacate a los oidores y curas –contestó imitando el acento de los de Pandakan. [4]

Un sargento salió y enteróse de lo que pasaba.

- ¡Sulung! [5] –díjole éste-, te advierto que no recibas en la barca a nadie, un preso acaba de escaparse. Si le capturas y me lo entregas te daré una buena propina.

- Está bien, señor, ¿qué señas tiene?.

- Va de levita y habla español; con que ¡cuidao!.

La barca se alejó. Elías volvió la cara y vio la silueta del centinela, de pie junto a la orilla.

[3] El palacio de Malacañang o Malcañán como se decía en tiempo de Rizal. Es hoy sede y residencia del Presidente de la República. Se describe en más detalle en la nota 13 al Capítulo 6.

[4] Pueblo que hoy es distrito de la ciudad de Manila detrás del palacio de Malacañang por donde pasaban en esos momentos Ibarra y Elías.

[5] En tagalog, véte!, lárgate!

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