Capítulo 49: La Voz De Los Perseguidos - Page 3 of 5
- Convengo en que hay males –replicó Ibarra-; pero aceptemos estos males por los bienes que los acompañan. Esta institución puede ser imperfecta, pero, creedlo, impide por el terror que inspiran el que el número de los criminales aumente.
-Decid más bien que por este terror aumenta el número –rectificó Elías-. Antes de la creación de este cuerpo, todos los malhechores casi, con excepción de muy pocos, eran criminales por el hambre; pillaban y robaban para vivir, pero pasaba la carestía, y los caminos se veían otra vez libres; bastaban para ahuyentarlos con sus imperfectas armas los pobres pero valientes cuadrilleros, los tan calumniados por los que han escrito sobre nuestro país, los que tienen por derecho el morir, por deber el luchar, y por recompensa la burla. Ahora hay tulisanes y son para toda la vida. Una falta, un crimen inhumanamente castigado, la resistencia contra las demasías de este poder, el temor a atroces suplicios los arrojan para siempre de la sociedad y los condenan a matar o a morir. El terrorismo de la Guardia Civil les cierra las puertas del arrepentimiento, y como un tulisán lucha y se defiende en las montañas mejor que un soldado de quien se burla, resulta que no somos capaces de extinguir el mal que hemos creado. Acordaos de lo que ha hecho la prudencia del Capitán General De la Torre; el indulto concedido por él a esos infelices, [15] ha probado que en esos montes late aún el corazón del hombre y sólo espera el perdón. El terrorismo es útil cuando el pueblo es esclavo, cuando el monte no tiene cavernas, cuando el poder pone apostado detrás de cada árbol un centinela y cuando en el cuerpo del esclavo sólo hay estómago y tripas; pero, cuando el desesperado que lucha por la vida siente su brazo fuerte, latir sus corazones y su ser llenarse de bilis, ¿podrá el terrorismo apagar el incendio al que libra combustible?.
- Me confundís, Elías, al oíros así; creería que tenéis razón si no tuviese yo mis propias convicciones. Pero notad un hecho, no os deis por ofendido pues os excluyo y os miro como una excepción; ¡ved quiénes son los que piden esa reforma!. ¡Casi todos criminales o gentes que están para serlo!.
- Criminales o futuros criminales, pero ¿por qué lo son?. Porque se les ha turbado la paz, arrancado la felicidad, herido en sus más caras afecciones, y al pedir protección a la Justicia, se han convencido de que sólo la podían esperar de sí mismos. Pero os equivocáis, señor, si creéis que sólo la piden los criminales; id de pueblo en pueblo, de casa en casa; escuchad los secretos suspiros de las familias y os convenceréis de que los males que la Guardia Civil corrige, son iguales, si no menores, a los que ella continuamente causa. ¿Deduciríamos por esto que son criminales todos los vecinos?, entonces, ¿para qué defenderlos de los otros?, ¿por qué no destruir a todos?.
- Algún error existe aquí que se me escapa ahora, algún error en la teoría que deshace la práctica, pues en España, en la Madre Patria, este cuerpo presta y ha prestado muy grandes utilidades.
- No lo dudo: quizás esté mejor allá mejor organizado, el personal más selecto; acaso también porque España lo necesite, pero no Filipinas. Nuestras costumbres, nuestro modo de ser, que siempre se invoca cuando se nos quiere negar un derecho, se olvidan totalmente cuando algo se nos quiere imponer. Y decidme, señor; ¿por qué no han adoptado esta institución las otras naciones, que por su vecindad a España debían parecérsele más que Filipinas?. ¿Será por esto que tienen aún menos robos en sus ferrocarriles, menos motines, menos asesinatos y se dan menos puñaladas en sus grandes capitales?.
Ibarra bajó la cabeza como meditando, después la levantó y contestó:
- Esta cuestión, amigo mío, necesita un serio estudio; si mis indagaciones me dicen que esas quejas están fundadas, escribiré a mis amigos de Madrid, puesto que no tenemos diputados. Entretanto, creed que el Gobierno necesita de un cuerpo, que tenga fuerza ilimitada, para hacer respetar, y autoridad para imponer.
[15] El Capitán General de la Torrre fué el primer gobernador general nombrado por el gobierno de la primera república. Hombre tolerante, concedió indulto a un 'tulisan' (bandolero) de su tiempo y a sus hombres con los que formó un cuerpo de guardias que llevaba su nombre.