Capítulo 18: Supercherias - Page 3 of 7

— ¡Huele á cuarenta siglos! observó uno con énfasis.

Ben Zayb se olvidó del espejo para ver quien había dichoaquella frase. Era un militar que había leido la historia de Napoleon. Ben Zayb le tuvo envidia y para soltar otra frasequé molestase en algo al P. Camorra, dijo :

— ¡Huele á Iglesia!

— Esta caja, señoras y señores, continuó el americano, con-tenía un puñado de cenizas y un pedazo de papiro, dondehabía algunas palabras escritas. Véanlo ustedes, pero les suplicono respiren con fuerza porque si parte de la ceniza se pierde,mi esfinge aparecerá mutilada.

La farsa, dicha con tanta seriedad y conviccion, se imponíapoto á poco, de tal suerte que cuando la caja pasó, ninguno seatrevió á respirar. El P. Camorra que tantas veces había des-crito en el púlpito de Tiani las torturas y sufrimientos delinfierno mientras se reía para sus adentros de las miradas ate-rradas de las pecadoras, se tapó la nariz; y el P. Salví, el mis-mo P. Salví que había hecho en el dia de difuntos una fastas-magoría de las almas del Purgatorio, con fuegos y figurasiluminadas al transparente, con lámparas de alcohol, trozos deoropel, en el altar mayor de la iglesia de un arrabal paraconseguir misas y limosnas, el flato y silencioso P. Salví con-tuvo su inspiracion y miró con recelo aquel puñado de cenizas.

—¡Memento, homo, quia bztivis es! murmuró el P. Irene son-riendo.

-¡P—! soltó Ben Zayb.

El tenía preparada la misma reflexion y el canónigo se laquitaba de la boca.

—No sabiendo qué hacer, prosiguió Mr. Leeds cerrandozuidadosamente la caja, examiné el papiro y ví dos palabrasle sentido para mí desconocido. Las decifré, y traté de pro-nunciarlas en voz alta, y apenas articulé la primera cuandosentí que la caja se deslizaba de mis manos como arrebatadapor un peso enorme y rodaba por el suelo de donde en vano lointenté remover. Mi sorpresa se convirtió en espanto, cuando,abierta, me encontré dentro con una cabeza humana que memiraba con estraordinaria fijeza. Aterrado y no sabiendo quehacer ante semejante prodigio, quedéme atónito por un mo-mento temblando como un azogado... Me repuse... Creyendoque aquello era vana ilusion traté de distraerme prosiguiendola lectura de la segunda palabra. Apenas la pronuncio, la cajase cierra, la cabeza desaparece y en su lugar encuentro otravez el puñado de cenizas. Sin sospecharlo había descubierto las dos palabras más poderosas en la naturaleza, las palabras dela creacion y de la destruccion, la de la vida y la de la muerte

Detúvose algunos momentos como para ver el efecto de sucuento. Despues con paso grave y mesurado, se acercó á lamesa colocando sobre ella la misteriosa caja.

—¡Mister, el paño! dijo Ben Zayb incorregible.

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bugók