Capítulo 44: Exámen De Conciencia - Page 5 of 5

Mas, como si el dolor para crecer necesitase el misterio y la soledad, María Clara, al verse sorprendida, cesó poco a poco de suspirar, secó sus ojos sin decir una palabra ni contestar a su tía.

Esta prosiguió la lectura, pero, como el llanto de su público había cesado, perdió el entusiasmo, los últimos Mandamientos le dieron sueño y le hicieron bostezar, con gran detrimento de la monótona gangosidad que así se interrumpía.

- ¡A no verlo, no lo creería! –pensaba después la buena anciana- ¡esta niña peca como un soldado contra los cinco primeros y del sexto al décimo ni un pecado venial, al revés de nosotras!. ¡Cómo va el mundo ahora!.

Y encendió un gran cirio a la Virgen de Antipolo y otros dos más pequeños a Ntra. Sra. del Rosario y a Ntra. Sra. del Pilar, teniendo cuidado de apartar y poner en un rincón un crucifijo de marfil, para darle a entender que por él no se habían encendido los cirios. La Virgen de Delaroche tampoco tuvo participación: es una extranjera desconocida y tía Isabel no había oído hasta ahora ningún milagro suyo.

No sabemos qué habrá pasado en la confesión de aquella noche; nosotros respetamos esos secretos. La confesión fue larga, y la tía, que desde lejos vigilaba a su sobrina, pudo notar que el cura, en vez de aplicar el oído a las palabras de la enferma, tenía por el contrario la cara vuelta hacia ella, y no parecía sino que quería leer en los hermosos ojos de la joven los pensamientos o adivinarlos.

Pálido y los labios contraídos, salió el P. Salví del aposento. Al ver su frente oscura y cubierta de sudor, se habría dicho que era él el que se había confesado y no mereció la absolución.

- ¡Jesús, María y José! –dijo la tía santiguándose para apartar un mal pensamiento- ¿quién comprende a las jóvenes ahora?.

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nagtítikím-idlíp