Capítulo 38: La Procesión - Page 2 of 3
- ¿No lo decía? –continuó sonriendo sarcásticamente-, éste va en carro y, ¡Santo Dios, que carro!, ¡cuántas luces y cuántos faroles de cristal!, ¡nunca te viste rodeado de tantas lumbreras, Giovanni Bernardone!. [6] Y ¡qué música!. ¡Otras melodías dejaron oír tus hijos después de tu muerte!. Pero, venerable y humilde fundador, si resucitas ahora, no verás sino degenerados Elíases de Cortona y si te reconocen tus hijos, se encierran ¡y acaso participes de la suerte de Cesario de Speyer!. [7]
Detrás de la música venía el estandarte que representaba al mismo santo pero con siete alas, llevado por los Hermanos Terceros, vistiendo el hábito de guingon y rezando en alta y lastimera voz. Sin saberse la causa de ello, venía Sta. Magdalena, hermosísima imagen con abundante cabellera, pañuelo de piña bordado [8] entre los dedos cubiertos de anillos y traje de seda adornada de planchas de oro. Luces e incienso la rodeaban; veíanse sus lágrimas de vidrio reflejar los colores de las luces de Bengala que daban a la procesión aspecto fantástico, así que la santa pecadora lloraba ora verde, ora rojo, ora azul, etc. Las casas no principiaban a encender estas luces sino cuando pasaba S. Francisco; S. Juan Bautista no gozaba de estos honores y pasaba de prisa, avergonzado de ir el único vestido de pieles entre tanta gente cubierta de oro y piedras preciosas.
- ¡Allí va nuestra santa! –dice la hija del gobernadorcillo a sus visitas-; le he prestado mis anillos, pero es para ganar el cielo.
Los alumbrantes deteníanse alrededor del tablado para oír la loa, los santos hacían lo mismo: ellos o sus portadores querían oír versos. Los que cargaban a S. Juan, cansados de esperar, se sentaron en cuclillas y convinieron en dejarlo en el suelo.
- ¡Puede enojarse el alguacil! –objetó uno.
- ¡Jes!, [9] ¡en la sacristía le dejan en un rincón entre telarañas...!.
Y S. Juan, una vez en el suelo, llegó a ser como gente del pueblo.
A partir de la Magdalena vienen las mujeres, sólo que en vez de empezar por las niñas, como entre los hombres, venían primero las viejas cerrando las solteras la procesión hasta el carro de la Virgen, detrás del cual venía el cura bajo su palio. Esta costumbre la tenían del P. Dámaso que decía: “A la Virgen le gustan las jóvenes y no las viejas”, lo que hacía poner mala cara a muchas beatas pero no cambiar el gusto de la Virgen.
S. Diego seguía a la Magdalena, aunque no parecía alegrarse de ello, pues continuaba compungido como esta mañana cuando iba detrás de S. Francisco. Tiran de su carro seis Hermanas Terceras por no se qué promesa o enfermedad: es el caso que tiran y con afán. S. Diego se detiene delante del tablado y aguarda a que le saluden.
Pero hay que esperar el carro de la Virgen precedido de gente vestida de fantasma, que asusta a los chicos, por eso se oye un llorar y chillar de los bebés imprudentes. Sin embargo, en medio de aquella masa oscura de hábitos, capuchones, cordones y tocas, al són de aquel rezo monótono y gangoso, vense, como blancos jazmines, como frescas sampagas [10] entre trapos viejos, doce niñas vestidas de blanco, coronadas de flores, el cabello rizado, de miradas brillantes como sus collares; parecían geniecillos de la luz prisioneros de los espectros. Iban cogidas a dos anchas cintas azules sujetas al carro de la Virgen, recordando a las palomas que arrastran el de la Primavera.
[6] Juan de Bernardone, nombre de pila de San Francisco de Asís. Nació en ausencia de su padre mientras estaba de viaje de negocios en Francia; al volver no le gustó el nombre de su hijo y lo cambió por Francisco.
[7] Contemporáneos de San Francisco y 'hermanos antiguos,' miembros del grupo de 'Pobres de Dios' que después se convirtió en la Orden de los Hermanos Menores o Franciscanos.
[8] Piña es un tejido muy fino hecho de la fibra de las hojas carnosas de la piña tropical. Véase la nota 3 al Capítulo 26 con más información sobre tejidos filipinos.
[9] Abreviación por 'Jesús.' El que cargaba con las andas probablemente creía que usando la forma corta del nombre de Jesús se evitaba faltar al respeto.
[10] Flor de la champaca, pequeñita, blanca y de dulce perfume, de la familia del jazmín. Es común hacer guirnaldas con ellas y ponerlas al cuello de las mujeres jóvenes en ocasiones festivas. A la sampaga se la conoce hoy más comunmente como 'sampaguita,' pequeña sampaga.
Poner guirnaldas de flores al cuello es costumbre extendida de una manera u otra y con unas flores u otras por todas las islas del Pacífico. Es costumbre en Filipinas, Guam, Hawaii, Tahiti, etc. recibir y despedir amigos y huéspedes poniéndoles al cuello guirnaldas de flores. En Polinesia, donde usan flores más grandes y orquídeas, estas guirnaldas pueden llegar a pesar hasta un kilogramo, a este editor le pusieron tres enormes de peso considerable en el aeropuerto de Honolulu allá por los años setenta.