Capítulo 18: Almas En Pena - Page 4 of 5

El maestro tuvo que intervenir para poner paces; ya nadie se acordaba de los padrenuestros, sólo se hablaba de cerdos.

- ¡Vamos, vamos, no hay que reñir por un cerdito, Hermana!. Las Santas Escrituras nos dan ejemplo: los herejes y protestantes no le han reñido a N.S. Jesucristo que arrojó al agua una piara de puercos que les pertenecían y nosotros que somos cristianos y además Hermanos del Smo. Rosario, ¿habremos de reñir por un cerdito?. ¿Qué dirían de nosotros nuestros rivales, los Hermanos Terceros?.

Callaron todas admirando la profunda sabiduría del maestro y temiendo el qué dirán de los Hermanos Terceros. Aquél, satisfecho de aquella obediencia, cambió de tono y prosiguió:

- Pronto nos hará llamar el cura. Hay que decirle qué predicador elegimos de los tres que ayer propuso: o el P. Dámaso, o el P. Martín o el coadjutor. No sé si han elegido ya los Terceros; es menester decidir.

- El coadjutor... –murmura tímidamente la Juana.

- ¡Hm!. ¡El coadjutor no sabe predicar! –dice la Sipa-; mejor es el P. Martín.

- ¡El P. Martín! –exclama otra con desdén-. No tiene voz; mejor es el P. Dámaso.

- ¡Ése, ése es! –exclama la Rufa-. El P. Dámaso sí que sabe predicar, ¡parece un comediante, ése!.

- ¡Pero no le entendemos! –murmura la Juana.

- ¡Porque es muy profundo! y con tal que predique bien...

En esto llegó Sisa, llevando una cesta sobre la cabeza, dio los buenos días a las mujeres y subió las escaleras.

- ¡Aquella sube! ¡subamos también! –dijeron.

Sisa sentía latir con violencia su corazón mientras subía las escaleras: no sabía qué iba a decir al Padre para aplacar su enojo, ni qué razones iba a darle para abogar por su hijo. Aquella mañana, con las primeras tintas de la aurora, había ella bajado a la huerta para coger sus más hermosas legumbres, que colocó en un cesto entre hojas de plátano y flores. Fue a orillas del río a buscar pako [17], que sabía le gustaba al cura comer en ensalada. Vistióse sus mejores ropas y con la cesta sobre la cabeza, sin despertar a su hijo, partió para el pueblo.

Procurando hacer el menor ruido posible, subía las escaleras lentamente, escuchando atenta por si acaso oía una voz conocida, fresca, infantil.

Pero no oyó ni encontró a nadie y se dirigió a la cocina.

Allí miró a todos los rincones: criados y sacristanes la recibieron con frialdad. Saludó y apenas le contestaron.

[17] Helecho comestible que sirve para ensaladas.

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matigás na ang buto