Capítulo 39: Conclucion - Page 8 of 8
Y corzo sintiese sus ojos humedecerse, apartó su mano de ladel enfermo, se levantó y se acercó á la ventana para contem-plar la vasta superficie del mar. Sacáronle de su meditacionunos golpecitos discretos dados en la puerta. Era el criado quepreguntaba si debía encender la luz.
Cuando el sacerdote se acercó al enfermo y le vil), á la luzde la lámpara, inmóvil, los ojos cerrados, la mano que habíaestrechado la suya, abierta y estendida al borde de la cama,creyó un momento que dormía: pero observando que no res-piraba, tocóle suavemente y entonces se apercibió de queestaba muerto: comenzaba á enfriarse.
Arrodillóse entonces y oró.
Cuando se levantó y contempló el cadáver, en cuyo semblantese leía la tristeza más profunda, el pesar de toda una vidainútil que se llevaba más allá de la muerte, el anciano seestremeció y murmuró:
— ¡Dios tenga piedad de los que le han torcido el camino!
Y mientras los criados, llamados por él, se arrodillaban yrezaban por el muerto, curiosos y distraidos mirando hácia lacama y repitiendo requiems y más requieras, el P. Florentinosacó de un armario la célebre maleta de acero que contenía lafabulosa fortuna de Simoun. Vaciló unos instantes, mas,pronto, tomando una determinacion, descendió con ella lasescaleras, se fué á la roca donde Isagani solía sentarse paraescudriñar el fondo del mar.
El P. Florentino miró á sus piés. Allá abajo se veían lasoscuras olas del Pacífico batir las concavidades de la roca,produciendo sonoros truenos, al mismo tiemo que heridas porun rayo de luna, olas y espumas brillaban como chispas defuego, como puñados de brillantes que arrojase al aire algungenio del abismo. Miró en derredor suyo. Estaba solo. La soli-taria costa se perdía á lo lejos en vaga neblina, que la luna desvanecía hasta confundirla con el horizonte. El bosque mur-muraba voces ininteligibles. El anciano entonces, con el esfuer-zo de sus hercúleos brazos, lanzó la maleta al espacio arrojándoloal mar. Giró varias veces sobre sí misma, y descendió rápida-mente trazando una pequeña curva, reflejando sobre su puli-mentada superficie algunos pálidos rayos. El anciano vió saltargotas, oyó un ruido quebrado y el abismo se cerró tragándoseel tesoro. Esperó algunos instantes para ver si el abismodevolvería algo, pero la ola volvió á cerrarse tan misteriosacomo antes, sin aumentar en un pliegue más su rizada superficie,como si en la inmensidad del mar solo hubiese caido un pequeñopedruzco.
— íQue la naturaleza te guarde en los profundos abismos,entre los corales y perlas de sus eternos mares! dijo entonces elclérigo estendiendo solemnemente la mano. Cuando para unfin santo y sublime los hombres te necesiten, Dios sabrásacarte del seno de las olas... Mientras tanto, allí no harás el mal, no torcerás el derecho, no fomentarás avaricias!...
FIN DE « EL FILIBUSTERISMO. »