Capítulo 39: Conclucion

En su solitario retiro, á orillas del mar, cuya movible superfi-cie se descubría al través de las abiertas ventanas estendiéndoseá lo lejos hasta confundirse con el horizonte, el P. Florentinodistraía su soledad tocando en su armonium aires graves ymelancólicos, á que servían de acompañamiento el sonoro cla-moreo de las olas y el murmullo de las ramas del vecino bosque. Notas largas, llenas, plañideras como las de una plegaria sindejar de ser varoniles, se escapaban del viejo instrumento; elP. Florentino que era un acabado músico, improvisaba y comose encontraba solo, daba rienda suelta á las tristezas de sucorazon.

En efecto, el anciano estaba muy triste. Su buen amigo, donTiburcio de Espadaña, acababa de dejarle huyendo de la perse-cucion de su mujer. Aquella mañana había recibido una cartitade un teniente de la Guardia Civil que decia

« Mí querido Capellan : Acabo de recibir del comandante untelegrama que dice: español escondido casa Padre Florentino cojeraremitira vivo muerto. Como el telegrama es bastante espresivo,prevéngale al amigo para que no esté allí cuando le vaya áprender á las ocho de la noche.

Suyo afmo.

PEREZ.

Queme la carta.

— E.. e.. esta Victorina, esta Victorina! había tartamudeadodon Tiburcio; e.. e.. es capaz de hacerme afusilar.

El P. Florentino no le pudo detener : en vano le hizo obser-var que la palabra cojera querrá decir cogerá; que el españolescondido no debe ser don Tiburcio sino el joyero Simoun, quehace dos días había llegado, herido y como fugitivo, pidiendohospitalidad. Don Tiburcio no se dejó convencer; cojera era supropia cojera, sus señas personales; eran intrigas de Victorinaque le quería tener á toda costa vivo ó muerto, como desdeManila había escrito Isagani. Y el pobre Ulises dejó la casa delsacerdote para esconderse en la cabaña de un leñador.

Ninguna duda abrigaba el P. Florentino de que el españolbuscado era el joyero Simoun. Había llegado misteriosamente,cargando él mismo con su maleta, sangrando, sombrío y muyabatido. Con la libre y afectuosa hospitalidad filipina, acogióleel clérigo sin permitirse indiscreciones, y como los aconteci-mientos de Manila no habían llegado aun á sus oidos, no seesplicaba claramente aquella situacion. La única conjetura quese le ocurría era que, habiéndose ya marchado el General, elamigo y protector del joyero, probablemente los enemigos de éste, los atropellados, los lastimados, se levantaban ahora cla-mando venganza, y el General interino le perseguiría parahacerle soltar las riquezas que había acumulado. De ahí lahuida! Pero y sus heridas ¿de dónde provenían? Había intentadosuicidarse? eran efecto de venganzas personales? eran sencilla-mente causadas por una imprudencia, como pretendía Simoun?Las había recibido huyendo de la fuerza que le perseguía?

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