Capítulo 7: Idilio En Una Azotea - Page 4 of 4

- ¡Ps! –dijo ella dándole una palmada en la mano-, no se permite tocar: es una carta de despedida.

- ¿Es la que te escribí antes de partir?.

- ¿Me ha escrito otra, Señor mío?.

- Y ¿qué te decía yo entonces?.

- ¡Muchos embustes, excusas de mal pagador! –contestó ella sonriendo, dando a entender cuán agradables eran aquellas mentiras-. ¡Quieto!, te la leeré, pero suprimiré tus galanterías para no martirizarte.

Y levantando el papel a la altura de sus ojos, para que el joven no le viera la cara, comenzó:

- “Mi... ¡no te leo lo que sigue pues es un embuste! –y recorrió algunas líneas con los ojos-. “Mi padre quiere que parta a pesar de mis súplicas. Tú eres hombre, me ha dicho, debes pensar en el porvenir y en tus deberes. Debes aprender la ciencia de la vida, lo que tu Patria no puede darte, para serle un día útil. Si permaneces a mi lado, a mi sombra, en esta atmósfera de preocupaciones, no aprenderás a mirar a lo lejos; y el día en que te falte te encontrarás como la planta de que habla nuestro poeta Baltazar, [29] ‘crecida en el agua, se le marchitan las hojas a poco que no se la riegue, la seca un momento el calor’. ¿Ves?, ¡eres ya casi un joven y lloras aún!. Me hirió ese reproche y le confesé que te amaba. Mi padre se calló, reflexionó y poniéndome la mano sobre el hombro me dijo con temblorosa voz: -¿Crees tú que tú sólo sabes amar, que tu padre no te ama ni siente separarse de ti?. Hace poco perdimos a tu madre; voy caminando ya a la vejez, a esa edad en que se busca el apoyo y el consuelo de la juventud, y sin embargo, acepto mi soledad y no sé si te volveré a ver. Pero debo pensar en otras cosas más grandes... ¡El porvenir se abre para ti, para mí se cierra; tus amores nacen, los míos van muriendo; el fuego hierve en tu sangre, el frío se insinúa en la mía, y sin embargo, lloras y no sabes sacrificar el ahora a un mañana útil, para ti y tu país!-. Los ojos de mi padre se llenaron de lágrimas, caí de rodillas a sus pies, le abracé, le pedí perdón y le dije que estaba dispuesto a partir...”

La agitación de Ibarra suspendió la lectura: el joven estaba pálido y andaba de un extremo a otro.

- ¿Qué tienes?, ¿qué te pasa?.

- ¡Tú me has hecho olvidar que tengo mis deberes, que debo partir ahora mismo para el pueblo!. Mañana es la fiesta de los muertos.

María Clara se calló, fijó en él algunos instantes sus grandes y soñadores ojos, y recogiendo una flor, le dijo conmovida:

- Ve, yo no te detengo más; ¡dentro de algunos días nos volveremos a ver!.¡Coloca esta flor sobre la tumba de tus padres!.

Algunos minutos después, el joven descendía las escaleras acompañado de Capitán Tiago y de la tía Isabel, mientras María Clara se encerraba en el oratorio.

- ¡Haga Ud. el favor de decir a Andeng que prepare la casa, que van a llegar María e Isabel!. ¡Buen viaje! –decía Capitan Tiago, mientras Ibarra subía en el coche que partió en dirección a la plaza de San Gabriel.

Y después, por vía de consuelo decía a María Clara, que lloraba al lado de una imagen de la Virgen:

- Anda, enciende dos velas de a dos reales: una al Señor San Roque y otra al Señor San Rafael, ¡patrón de los caminantes!. Enciende la lámpara de Nuestra Señora de la Paz y Buenviaje que hay muchos tulisanes.[30] ¡Más vale gastarse cuatro reales en cera y seis cuartos en aceite que no tener después que pagar un rescate gordo!

[29] Francisco Baltazar, más conocido hoy por su nombre filipinizado Francisco Balagtas. Nacido en 1778 ganó su fama de poeta nacional por la épica de amor 'Florante at Laura,' escrita en elegantes y bellísimos versos en tagalog. Se puede leer su épica en el original tagalog en Florante at Laura.

[30] Salteadores de caminos.

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makalaglág-matsíng