Capítulo 7: Idilio En Una Azotea - Page 3 of 4

- ¿Podría yo olvidarte? –contesta mirando embelesado en las negras pupilas de ella-, ¿podría yo faltar a un juramento, a un juramento sagrado?. Te acuerdas de aquella noche, de aquella noche tempestuosa en que tú, viéndome solitario llorar junto al cadáver de mi madre, te acercaste a mí, me pusiste la mano sobre el hombre, tu mano que hacía tiempo ya no me dejabas que cogiese, y me dijiste: “Has perdido a tu madre, yo nunca la tuve”... y lloraste conmigo. Tú la querías y ella te quería como a una hija. Afuera llovía y relampagueaba, pero me parecía oír música, ves sonreír el pálido rostro del cadáver... ¡oh, si mis padres vivieran y te contemplaran!, yo entonces cogí tu mano y la de mi madre, juré amarte, hacerte feliz sea cualquiera la suerte que el cielo me deparase, y como este juramento no me ha pesado nunca, ahora te lo renuevo. ¿Podía yo olvidarte?. Tu recuerdo me ha acompañado siempre, me ha salvado de los peligros del camino, ha sido mi consuelo en la soledad de mi alma en los países extranjeros; ¡tu recuerdo ha neutralizado el efecto del loto [25] de Europa, que borra de la memoria de muchos paisanos las esperanzas y la desgracia de la Patria!. En sueños te veía de pie en la playa de Manila, mirando al lejano horizonte, envuelta en la tibia luz de la temprana aurora; oía el lánguido y melancólico canto, que despertaba en mi adormecidos sentimientos y evocaba en la memoria de mi corazón los primeros años de mi niñez, nuestras alegrías, nuestros juegos, todo el pasado feliz que animaste mientras estabas en el pueblo. Me parecías que eras el hada, el espíritu, la encarnación poética de mi Patria, hermosa, sencilla, amable, candorosa, hija de Filipinas, de ese hermoso país que une a las grandes virtudes de la Madre España las bellas cualidades de un pueblo joven, como se unen en todo tu ser todo lo hermoso y bello que adornan ambas razas, y por esto tu amor y el que profeso a mi Patria se funden en uno solo... ¿Podía olvidarte?. Varias veces creía escuchar los sonidos de tu piano y los acentos de tu voz, y siempre que en Alemania, a la caída de la tarde, cuando vagaba en los bosques, poblados por las fantásticas creaciones de sus poetas y las misteriosas leyendas de sus pasadas generaciones, evocaba tu nombre, creía verte en la bruma que se levanta del fondo del valle, creía oír tu voz en los susurros de las hojas, y cuando los aldeanos, volviendo del trabajo, dejaban oír desde lejos sus populares cantos, se me figuraba que armonizaban con mis voces interiores, que cantaban para ti y daban realidad a mis ilusiones y ensueños. A veces me perdía en los senderos de la montaña, y la noche, que allí desciende poco a poco, me encontraba aún vagando, buscando mi camino entre los pinos, hayas y encinas; entonces, si algunos rayos de luna se deslizaban por entre los claros que deja entre sí el espeso ramaje, me parecía verte en el seno del bosque como una vaga, enamorada sombra, oscilar entre la luz y las tinieblas de la espesura; y si acaso el ruiseñor dejaba oír sus variados trinos, creía que era porque te veía y tú le inspirabas. ¡Sí, he pensado en ti!. ¡La fiebre de tu amor no solamente animaba a mi vista la niebla y coloreaba el hielo!. En Italia, el hermoso cielo de Italia por su limpidez y profundidad me hablaba de tus ojos; su risueño paisaje me hablaba de tu sonrisa, como las campiñas de Andalucía con su aire saturado de aromas, poblado de recuerdos orientales, llenos de poesía y colorido, me hablaban de tu amor. En las noches de luna, de aquella soñolienta luna, bogando en una barca en el Rhin, me preguntaba si acaso no me podría engañar a mi fantasía para verte entre los álamos de la orilla, en la roca de la Loreley6 o en medio de las ondas, cantando en el medio de la noche, como la joven hada de los consuelos ¡para alegrar la soledad y la tristeza de aquellos arruinados castillos!.

- Yo no he viajado como tú, no conozco más que tu pueblo, Manila y Antipolo –contesta ella sonriendo, pues cree todo cuanto él le cuenta-, pero desde quete dije adiós y entré en el beaterio, me he acordado siempre de ti y no te he olvidado por más que me lo ha mandado el confesor, imponiéndome muchas penitencias. Me acordaba de nuestros juegos, de nuestras riñas cuando éramos niños. Escogías las más hermosas sigüeyes para jugar al siklot, buscaba en el río las más redondas y finas piedrecitas de diferentes colores para que jugásemos al sintak, tú eras muy torpe, perdías siempre y por castigo te daba el bantil con la palma de mi mano, pero procuraba no pegarte fuerte pues te tenía compasión. [26] En el juego de chonka eras muy tramposo, más aún que yo, y solíamos acabar a arrebatiñas. ¿Te acuerdas aquella vez que te enfadaste de veras?. Entonces me hiciste sufrir, pero después, cuando me acordaba de ello en el beaterio, sonreía, te echaba de menos para reñir otra vez... y hacer las paces enseguida. Éramos aún niños: fuimos con tu madre a bañarnos en aquel arroyo bajo la sombra de los cañaverales. En las orillas crecían muchas flores y plantas cuyos extraños nombres me decías en latín y en castellano, pues entonces ya estudiabas en el Ateneo. [27] Yo no te hacía caso; me entretenía en ir detrás de las mariposas y libélulas, que tienen en su cuerpo fino como un alfiler todos los colores del arco-iris y todos los reflejos del nácar, que pululan y se persiguen unas a otras entre las flores; a veces con las manos quería sorprender, coger los pececillos, que se deslizan rápidos entre el musgo y las piedrecitas de la orilla. De pronto desapareciste, y cuando volviste traías una corona de hojas y flores de naranjo que colocaste sobre mi cabeza, llamándome Cloé; para ti hiciste otra de enredaderas. Pero tu madre cogió mi corona, la machacó con una piedra mezclándola con el gogo [28] con que nos iba a lavar la cabeza; se te soltaron las lágrimas de los ojos y dijiste que ella no entendía de mitología: “¡Tonto! –contestó tu madre-, verás qué bien olerán después vuestros cabellos”. Yo me reí, te ofendiste, no me quisiste hablar y el resto del día te mostraste tan serio, que a mi vez tuve ganas de llorar. De vuelta al pueblo y ardiendo mucho el sol, cogí hojas de salvia que crecía a orillas del camino, te las di para que las pusieses dentro de tu sombrero y no tuviste dolor de cabeza. Sonreíste, entonces te cogí de la mano e hicimos las paces.

Ibarra se sonrió de felicidad, abrió su cartera y sacó un papel dentro del cual había envueltas unas hojas negruzcas, secas y aromáticas.

- ¡Tus hojas de salvia! –contestó él a su mirada-, esto es todo lo que me has dado.

Ella a su vez sacó rápidamente de su seno una bolsita de raso blanco.

[25] La mención del loto se refiere a la leyenda en la Odisea según la cual el que come de esta planta acuática se olvida de su patria.

[26] Sigüeyes o 'sigay' como se dice hoy, son unas conchas de la familia de las cauríes que se usan en Filipinas para muchos juegos, uno de ellos el 'siklot,' juego infantil del estilo de los juegos de tabas en España que antaño se jugaban con los huesos de las rodillas de los carneros. 'Sintak' es otro juego del mismo estilo. 'Bantil' es el castigo del perdedor consistente en unas palmadas que da el ganador en la mano abierta del contrincante.
Chonka o 'sungka' como se llama hoy es un juego entre dos, netamente oriental, para el que hace falta un tablero de madera de hasta de un metro de largo o más con dos filas paralelas de siete hoyos y dos hoyos mayores a los extremos que se llaman 'bahay' o casa. Se juega con un gran número de 'sigay' como fichas y es tan complicado como fascinante por el instinto fino matemático que hace falta para jugar bien. El tablero suele ser de madera noble de 'narra' o caoba y tiene un asa para colgarlo. Se juega ya muy poco y los tableros son piezas curiosas de decoración en algunas casas.

[27] Ateneo es un colegio famoso de los jesuitas, eterno rival del de San Juan de Letran de los dominicos. Pueden visitarse los sitios de Ateneo y Letran.

[28] Arbol cuya corteza tiene propiedades de shampoo. El que esto escribe lo ha usado alguna vez en zonas rurales con muy buenos resultados. Se remoja la corteza en agua, frotándola bien con las manos hasta que el agua echa espuma, se añade el zumo de un 'calamanci' o limoncillo tropical y se aplica sin más al cabello. Hay un laboratorio en Manila que produce y comercializa un shampoo natural muy bueno (el que usa quien esto anota) a base de 'gugo' y 'lawat' otra planta local, poco conocida, con cualidades semejantes.

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