Capítulo 45: Los Perseguidos - Page 3 of 4
- ¡Maldición, maldición sobre mi que he contenido la mano vengadora de mis hijos; yo los he asesinado!. ¡Hubiera dejado que el culpable muriese, hubiese creído menos en la justicia de Dios y en la de los hombres, ahora tendría a mis hijos, fugitivos tal vez, pero los tendría y no habrían muerto entre torturas!. ¡Yo no había nacido para ser padre, por eso no los tengo!. ¡Maldición sobre mi que no he aprendido con mis años a conocer el medio en que vivía!. ¡Pero en fuego y sangre y en mi muerte propia sabré vengaros!.
El desgraciado padre, en el paroxismo de su dolor, se había arrancado la venda, abriéndose un herida que tenía en la frente, de la cual brotó un surco de sangre.
- Respeto vuestro dolor, repuso Elías, y comprendo vuestra venganza; yo también soy como vos y, sin embargo, por temor de herir a un inocente, prefiero olvidar mis desdichas.
- ¡Tú puedes olvidar porque eres joven y porque no perdiste ningún hijo, ninguna última esperanza!. Pero yo te aseguro, no heriré a ningún inocente. ¿Ves esta herida?. Por no matar a un pobre cuadrillero que cumplía con su deber, me la he dejado hacer.
- Pero ved –dijo Elías después de un momento de silencio-, ved en qué espantosa hoguera vais a sumir a nuestros desgraciados pueblos. Si cumplís vuestra venganza por vuestra mano, vuestros enemigos tomarán terribles represalias, no contra vos, no contra los que están armados, sino contra el pueblo que suele ser el acusado según la costumbre, y entonces ¡cuántas injusticias!.
- ¡Qué el pueblo aprenda a defenderse, que cada cual se defienda!.
- ¡Sabéis que eso es imposible!. Señor, os he conocido en otra época cuando erais feliz, entonces me dabais sabios consejos; ¿me permitiréis...?.
El anciano se cruzó de brazos y pareció atender.
- Señor –continuó Elías midiendo bien sus palabras-; yo he tenido la fortuna de haber podido prestar un servicio a un joven rico, de buen corazón, noble y que ama el bien de su país. Dicen que este joven tiene amigos en Madrid, no lo sé pero os puedo asegurar que es amigo del Capitán General. ¿Qué decís si le hacemos portador de las quejas del pueblo, si le interesamos en la causa de los infelices?.
El anciano sacudió la cabeza.
- ¿Dices que es rico?. Los ricos no piensan más que en aumentar sus riquezas; el orgullo y la pompa los ciega, y como generalmente están bien, sobre todo cuando tienen poderosos amigos, ninguno de ellos se molesta por los desgraciados. ¡Lo sé todo porque fui rico!.