Capítulo 31: El Sermón - Page 5 of 5

Pero a pesar de los gritos y gestos del predicador, muchos se dormían o distraían, pues aquellos sermones eran los de siempre y de todos: en vano algunas devotas trataron de suspirar y lloriquear sobre los pecados de los impíos, pero tuvieron que desistir de su empresa por falta de socios. La misma Hermana Putê pensaba todo lo contrario. Un hombre sentado a su lado se había de tal manera dormido que se cayó sobre ella machacándole el hábito: la buena anciana cogió su zueco y a golpes empezó a despertarle gritando:

- ¡Ay!, ¡quita, salvaje, animal, demonio, carabao, perro condenado!.

Movióse un tumulto como era consiguiente. Paróse el predicador, levantó las cejas, sorprendido de tamaño escándalo. La indignación ahogó la palabra en su garganta y sólo consiguió berrear, golpeando con sus puños la tribuna. Esto produjo su efecto: la vieja soltó el zueco, refunfuñando y, santiguándose repetidas veces, se puso devotamente de rodillas.

- “¡Aaah!, ¡aaah! –pudo al fin exclamar el indignado sacerdote cruzando los brazos y agitando la cabeza-; ¡para eso os predico yo aquí toda la mañana, salvajes!. ¡Aquí en la casa de Dios reñís y decís malas palabras, desvergonzados!. ¡Aaaaah!, ¡ya no respetáis nada...!. ¡Esta es la obra de la lujuria e incontinencia del siglo!. ¡Ya lo decía, aah!.

Y sobre este tema siguió predicando por espacio de media hora. El Alcalde roncaba, María Clara cabeceaba: la pobrecita no podía resistir el sueño, no teniendo ya ninguna pintura ni imagen que analizar ni en que distraerse. A Ibarra ya no le hacían mella las palabras, ni las alusiones; pensaba ahora en una casita en la cima de un monte y veía a María Clara en el jardín. ¡Que en el fondo del valle se arrastren los hombres de sus miserables pueblos!.

El P. Salví había hecho tocar dos veces la campanilla, pero esto era poner leña al fuego: Fr. Dámaso era terco y prolongó más el sermón. Fr. Sibyla se mordía los labios y arreglaba repetidas veces sus anteojos de cristal de roca montados en oro: Fr. Manuel Martín era el único que parecía escuchar con placer pues sonreía.

Por fin dijo Dios basta: el orador se cansó y bajó del púlpito.

Todos se arrodillaron para dar gracias a Dios. El Alcalde se restregó los ojos, extendió un brazo como para desperezarse soltando un ¡ah! profundo y bostezando.

Continuó la misa.

Cuando, cantando Balbino y Chananay el Incarnatus est, [11] todos se arrodillaban y los sacerdotes bajaban la cabeza, un hombre murmuró al oído de Ibarra: “¡En la ceremonia de bendición no os alejéis del cura, no descendáis al foso, no os acerquéis a la piedra, que va la vida en ello!”.

Ibarra vio a Elías que, dicho esto, se perdía entre la muchedumbre.

[11] En latín, se hizo carne. Parte del texto de la profesión de fe católica recitada durante la misa donde la congregación, recordando la encarnación de Jesús se arrodillaba brevemente.

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nagdalawáng-isip