Capítulo 21: Historia De Una Madre - Page 4 of 5
En aquel momento empezaron a repicar las campanas anunciando que había terminado la misa mayor. Sisa avivó el paso para no encontrarse, si posible era, con la gente que salía. ¡Pero en vano!, no había medio de esquivar su encuentro.
Saludó con amarga sonrisa a dos conocidas suyas que la interrogaban con la mirada, y en adelante, para evitarse aquellas mortificaciones, bajó la cabeza y sólo se puso a mirar al suelo, ¡y cosa extraña!, tropezaba con las piedras del camino.
La gente se paraba un momento al verla, conversaban entre sí siguiéndola con los ojos: todo esto lo veía, lo sentía a pesar de tener constantemente los ojos bajos.
Oyó una voz desvergonzada de mujer que preguntaba detrás de ella casi gritando:
- ¿Dónde la habéis cogido?. Y ¿el dinero?.
Era una mujer sin tapiz, [2] saya amarilla y verde y camisa de gasa azul; se la podía conocer por su traje que era una querida de la soldadesca.
Sisa creyó sentir un bofetón: aquella mujer la había desnudado delante de la multitud. Levantó un momento sus ojos para saciarse en la burla y en el desprecio; vio a la gente lejos, muy lejos de ella; sin embargo, sentía el frío de sus miradas y oía sus cuchicheos. La pobre mujer andaba sin sentir el suelo.
- ¡Eh, por aquí! –le gritó un guardia.
Como un autómata cuyo mecanismo se rompe, giró rápidamente sobre sus talones. Y sin ver nada, sin pensar, corrió a esconderse; vio una puerta con un centinela, trató de penetrar por ella, pero otra voz, más imperiosa aún, la apartó de su camino. Con paso vacilante buscó la dirección de aquella voz, sintió que la empujaban por las espaldas, cerró los ojos, dio dos pasos y faltándole las fuerzas, se dejó caer en el suelo, primero de rodillas y sentada después. Un llanto sin lágrimas, sin gritos, sin ayes, la agitaba convulsivamente.
Aquello era el cuartel. Allí había soldados, mujeres, cerdos y gallinas. Algunos cosían sus ropas mientras su querida estaba acostada sobre el banco, teniendo por almohada el muslo del hombre, fumando y mirando aburrida hacia el techo. Otras ayudaban a los hombres a limpiar las prendas de vestir, las armas, etc., cantando a media voz canciones lúbricas.
- ¡Parece que los pollos se han escapado!. ¡No traéis más que la gallina! –dijo una mujer a los recién llegados: no se ha averiguado si ella aludía a Sisa o a la gallina que continuaba piando.
- ¡Si, siempre vale más la gallina que los pollos! –se contestó ella misma cuando vio que los soldados se callaban.
- ¿Donde está el sargento? –peguntó en tono disgustado uno de los guardias civiles-. ¿Han dado ya parte al alférez?.
Movimientos de hombros que se encogían fueron las contestaciones: nadie se molestaba para averiguar acerca de la suerte de la pobre mujer. Allí pasó ella dos horas en un estado de semi-imbecilidad, acurrucada en un rincón, oculta la cabeza entre las manos los cabellos desgreñados y en desorden. Al mediodía se enteró el alférez, y lo primero que hizo fue no dar crédito a la actuación del cura.
[2] Tapis, en ortografía de hoy, es una pieza de tela que se lleva ceñida a la cintura. Atuendo común de las mujeres nativas en el pasado.