Capítulo 1: Una Reunión - Page 3 of 6

- Yo por ejemplo –continuó Fr. Dámaso levantando más la voz para no dejarle al otro la palabra-, yo que cuento ya veintitrés años de plátano y morisqueta [12], yo puedo hablar con autoridad sobre ello. No me salga usted con teorías ni retóricas, yo conozco al indio [13]. Haga cuenta que desde que llegué al país, fui destinado a un pueblo, pequeño, es verdad, pero muy dedicado a la agricultura. Todavía no entendía yo muy bien el tagalo, pero ya confesaba a las mujeres, y nos entendíamos, y tanto me llegaron a querer que tres años después, cuando me pasaron a otro pueblo mayor, vacante por la muerte del cura indio, todas se pusieron a llorar, me colmaron de regalos, me acompañaron con música...

- Pero eso sólo demuestra...

- ¡Espere, espere!, ¡no sea tan vivo!. El que me sucedió permaneció menos tiempo, y cuando salió tuvo más acompañamiento, más lágrimas y más música y eso que pegaba más y había subido los derechos de la parroquia casi el doble.

- Pero Ud. me permitirá...

- Aún más, en el pueblo de San Diego he estado veinte años y sólo hace algunos meses que lo he... dejado –aquí pareció disgustarse-. Veinte años, no me lo podrá negar nadie, son más que suficientes para conocer un pueblo. San Diego tenía seis mil almas, y conocía a cada habitante como si yo le hubiese parido y amamantado: sabía de que pie cojeaba éste, donde le apretaba el zapato a aquél, quién hacía el amor a aquella dalaga, qué deslices había tenido ésta y con quién, cuál era el verdadero padre del chico, etc., como que confesaba a todo bicho; se guardaban bien de faltar a su deber. Dígalo, si miento, Santiago, el dueño de la casa; allí tiene muchas tierras y allí fue donde hicimos nuestras amistades. Pues bien, verá Ud., lo que es el indio; cuando salí, apenas me acompañaron unas viejas y algunos hermanos terceros, y ¡eso que he estado veinte años!.

- Pero, ¡no hallo que eso tenga que ver con el desestanco del tabaco! [14] –contestó el rubio aprovechando la pausa mientras el franciscano tomaba una copita de jerez.

Fr. Dámaso, lleno de sorpresa, por poco deja caer la copa. Quedóse un momento mirando de hito en hito al joven y:

- ¿Cómo?, ¿cómo? –exclamó después con la mayor extrañeza-. Pero, ¿es posible que no vea Ud. eso que es claro como la luz?. ¿No ve Ud., hijo de Dios, que todo esto prueba palpablemente que las reformas de los ministerios son irracionales?.

Esta vez fue el rubio el que quedó perplejo; el teniente arrugó más las cejas; el hombre pequeñito movía la cabeza como para dar razón a Fr. Dámaso o para negársela. El dominico se contentó con volverles casi las espaldas a todos.

- ¿Cree Ud. ...? –pudo al fin preguntar muy serio el joven y mirando lleno de curiosidad al fraile.

- ¿Qué si creo?. ¡Cómo en el Evangelio!. ¡El indio es tan indolente!.

- ¡Ah!, perdone Ud. que le interrumpa –dijo el joven bajando la voz y acercando un poco su silla-, Ud. ha pronunciado una palabra que llama todo mi interés: ¿existe verdaderamente, nativa, esa indolencia en los naturales, o sucede, según un viajero extranjero, que nosotros excusamos con esta indolencia la nuestra propia, nuestro atraso y nuestro sistema colonial?. Hablaba de otras colonias cuyos habitantes son de la misma raza...

- ¡Ca!. ¡Envidias!. Pregúnteselo al Sr. Laruja que también conoce el país, ¡pregúntele si la ignorancia y la indolencia del indio tiene igual!.

- En efecto –contestó el hombre pequeñito que era el aludido-, en ninguna parte del mundo puede Ud. ver otro más indolente que el indio, ¡en ninguna parte del mundo!.

- ¡Ni otro más vicioso, ni más ingrato!.

- ¡Ni más mal educado!.

El joven rubio principió a mirar con inquietud a todas partes.

- Señores –dijo en voz baja-, creo que estamos en casa de un indio, esas señoritas...

[12] Vulgarismo común en su tiempo con el que Fr. Dámaso contabiliza sus años en Filipinas refiriéndose a su vida en términos de la comida y postre más comúnes en el país: arroz cocido (morisqueta) que acompaña a todas las viandas y plátanos.

[13] Cristóbal Colón murió convencido de que había llegado a las 'Indias' y llamó indios, tan natural como erróneamente, a los habitantes de sus Indias que eran en realidad caribes. La denominación se extendió incluso de manera oficial a todos los sujetos del rey de España naturales de América y Filipinas.

[14] La desaparición del monopolio del tabaco por el que el gobierno ejercía absoluto control sobre su cultivo, elaboración y distribución, tema candente de la discusión.

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