Capítulo 38: Fatalidad - Page 4 of 4

Los presos cayeron de rodillas, llenos de consternacion.Como no podían levantar las manos, pedían gracia besando elpolvo ó adelantando la cabeza : quien hablaba de sus hijos,quien de su madre que se quedaba sin amparo; el uno prometíadinero, el otro invocaba á Dios, pero ya los cañones se habíanbajado y una horrorosa descarga los hizo enmudecer.

Entonces empezaron los tiroteos contra los que estaban enla altura, que se coronó poco á poco de humo. A juzgar poréste y pur la lentitud de los tiros, los enemigos invisibles nodebían contar más que con tres fusiles. Los guardias en tantoavanzaban y disparaban, se escondían detrás de los troncos delos árboles, se acostaban y procuraban ganar la altura. Saltabanpedazos de rocas, se desgajaban ramas de árboles, se levanta-ban pedazos de tierra. El primer guardia que intentó trepar,cayó rodando herido por una bala en el' hon.bro.

El enemigo invisible tenía la ventaja de la posicion; losvalientes guardias que no sabían huir, estaban á punto de cejar,pues se detenían y no querían avanzar. Aquella lucha contralo invisible les aterraba. No veían más que humo y rocas :ninguna voz humana, ninguna sombra: diríase que luchabancontra la montaña.

—¡Vamos, Carolino! Dónde está esa puntería, p —! gritóel cabo.

En aquel momento un hombre apareció sobre una rocahaciendo gestos con el fusil.

— Fuego á ése! gritó el cabo lanzando una sucia blasfemia.

Tres guardias obedecieron pero el hombre siguió de pié;hablaba á gritos pero no se le entendía.

El Carolino se detuvo, creyendo reconocer á alguien en aquella silueta que bañaba la luz del sol. Pero el cabo leamenazaba con ensartarle si no disparaba. El Carolino apuntóy se oyó una detonacion. El hombre de la roca giró sobre símismo y desapareció lanzando un grito que dejó aturdido alCarolino.

Un movimiento se produjo en la espesura corno si los quela ocupaban se dispersasen en todas direcciones. Los sodaldosentonces empezaron á avanzar, libres de toda resistencia. Otrohombre apareció sobre una peña blandiendo una lanza; lossoldados dispararon, y el hombre se dobló poco á poco, seagarró á una rama; otro disparo, y cayó de bruces sobre laroca.

Los guardias treparon agilmente, calando la bayoneta, dis-puestos á un combate cuerpo á cuerpo ; el Carolino era elúnico que marchaba perezoso, con la mirada estraviada, som-bría, pensando en el grito del hombre al caer derribado por subala. El primero que llegó á la altura se encontró con un viejomoribundo, tendido sobre la roca; metióle la bayoneta en elcuerpo, pero el viejo no pestañeó: tenía la mirada fija en elCarolino, una mirada indefinible y con la huesuda mano leseñalaba algo detrás de las rocas.

Los soldados se volvieron y vieron al Carolino espantosa-mente pálido, la boca abierta y con la mirada en que flotaba elúltimo destello de la razon. El Carolino, que no era otro queTanó, el hijo de Cabesang Tales, que volvía de Carolinas,reconocia en el moribundo á su abuelo, á Tandang Selo, que,como no le podía hablar, le decía por los agonizantes ojos todoun poema de dolor. Y cadaver ya, seguía aun señalando algodetrás de las rocas...

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