Capítulo 26: Pasquinadas - Page 4 of 6
Vió venir á Juanito Pelaez pálido y receloso; aquella vez sujoroba alcanzaba el máximum, tanta prisa se daba en huir.Había sido de uno de los más activos promovedores de laasociacion mientras las cosas se presentaban bien.
—¿Eh, Pelaez, qué ha pasado ?
—Nada, no sé nada! Yo nada tengo que ver, contestabanerviosamente; yo les estuve diciendo : esas son quijoterias...¿Verdad, tú, que lo he dicho ?
Basilio no sabía si lo había dicho ó no, pero por complacerlecontestó :
—¡Sí, hombre! pero ¿qué sucede?
—¿Verdad que sí? Mira, tú eres testigo: yo siempre he sidoopuesto... tú eres testigo, mira, no te olvides!
—Sí, hombre, sí, pero ¿qué pasa?
—Oye, ¡tú eres testigo! Yo no me he metido jamás con losde la asociacion, sino para aconsejarles!... no vayas á negarlodespues! Ten cuidado, sabes?
—No, no lo negaré, pero ¿qué ha pasado, hombre de Dios?
Juanito ya estaba lejos; había visto que se acercaba unguardia y temió que le prendiera.
Basilio se dirigió entonces á la Universidad para ver si acasola secretaría estaba abierta y para recoger noticias. Lasecretaría estaba cerrada, y en el edificio había extraordinariomovimiento. Subían y bajaban las escaleras frailes, militares,particulares, antiguos abogados y médicos, acaso para ofrecersus servicios á la causa que peligraba.
Divisó de lejos á su amigo Isagani que, pálido y emocionado,radiante de belleza juvenil, arengaba á unos cuantos condis-cípulos levantando la voz como si le importase poco el ser oidode todo el mundo.
—¡Parece mentira, señores, parece mentira que un acon-tecimiento tan insignificante nos ponga en desbandada yhuyamos como gorriones por que se agita el espantajo! ¿Es laprimera vez acaso que los jóvenes entran en la cárcel por lacausa de la libertad? Dónde están los muertos, dónde losafusilados ? Por qué apostatar ahora ?