Capítulo 58: El Maldito - Page 2 of 3
A las dos de la tarde un carro descubierto, tirado por dos bueyes, se paró delante del tribunal.
El carro fue rodeado de la multitud que quería desengancharlo y destrozarlo.
- No hagáis tal –decía Capitana María-, ¿queréis que vayan a pie?.
Esto detuvo a las familias. Veinte soldados salieron y rodearon el vehículo. Salieron los presos.
El primero fue D. Filipo, atado; saludó sonriendo a su esposa; Doray rompió en amargo llanto y costó trabajo a dos guardias impedirle que abrazase a su marido. Antonio, el hijo de Capitana Tinay, apareció llorando como un niño, lo que ha sido más que aumentar los gritos de su familia. El imbécil Andog prorrumpió en llanto al ver a su suegra, causa de su desventura. Albino, el ex seminarista, estaba también maniatado lo mismo que los dos gemelos de Capitana María. Estos tres jóvenes estaban serios y graves. El último que salió fue Ibarra suelto pero conducido entre dos guardias civiles. El joven estaba pálido; buscó una cara amiga.
- ¡Ese es el que tiene la culpa! -gritaron muchas voces- ¡ése tiene la culpa y va suelto!.
- ¡Mi yerno no ha hecho nada y está con esposas!.
Ibarra se volvió a sus guardias:
- ¡Atadme, pero atadme bien, codo a codo! –dijo.
- ¡No tenemos orden!.
- ¡Atadme!.
Los soldados obedecieron.
El alférez apareció a caballo, armado hasta los dientes; seguíanle diez o quince soldados más.
Cada preso tenía a su familia que rogaba allí por él, lloraba por él y le daba los nombres más cariñosos. Ibarra era el único que no tenía a nadie; el mismo Ñor Juan y el maestro de escuela habían desaparecido.
- ¿Qué os han hecho a vos mi marido y mi hijo? –decíale llorando Doray- ¡ved a mi pobre hijo! ¡le habéis privado de su padre!.