Capítulo 58: El Maldito

PRONTO SE EXTENDIÓ POR EL PUEBLO la noticia de que los presos iban a partir; al principio fue oída con terror, después vinieron los llantos y las lamentaciones.

Las familias de los presos corrían como locas: iban del convento al cuartel, del cuartel al tribunal; y no encontrando en ninguna parte consuelo, llenaban los aires de gritos y gemidos. El cura se había encerrado por estar enfermo; el alférez aumentando sus guardias, que recibían con la culata a las mujeres suplicantes; el gobernadorcillo, ser inútil, parecía más tonto y más inútil que jamás. Frente a la cárcel, corrían de un extremo a otro las que aún tenían fuerzas; las que no, se sentaban en el suelo, llamando los nombres de las personas queridas.

El sol ardía y ninguna de aquellas infelices pensaba retirarse. Doray, la alegre y feliz esposa de D. Filipo, vaga desolada, llevando en brazos a su tierno hijo: ambos lloran.

- Retiraos –le decían-; vuestro hijo va a coger una calentura.

- ¿A que vivir si no ha de tener un padre que le eduque? –contestaba la desconsolada mujer.

- ¡Vuestro marido es inocente; tal vez vuelva!.

- ¡Sí, cuando ya nos muramos!.

Capitana Tinay llora y llama a su hijo Antonio, la valerosa Capitana María mira hacia la pequeña reja, detrás de la cual están sus dos gemelos, sus únicos hijos.

Allí estaba la suegra del podador de cocos; ella no llora: se pasea, gesticula con los brazos remangados y arenga al público.

- ¿Habéis visto cosa igual?. ¿Prender a mi Andog, pegarle un tiro, meterle en el cepo y llevarle a la Cabecera, sólo porque... porque tenía nuevos calzones?. ¡Esto pide venganza!. ¡Los guardias civiles abusan!. ¡Juro que si vuelvo a encontrar a cualquiera de ellos buscando un lugar retirado en mi huerta, como muchas veces ha sucedido, le mutilo, le mutilo!, o si no...

Pero pocas personas le hacían coro a la suegra musulmana.

- De todo esto tiene la culpa D. Crisóstomo –suspiraba una mujer.

El maestro de escuela vaga también confundido entre la multitud. Ñor Juan no se frota ya las manos, no lleva su plomada ni su metro: el hombre viste de negro, pues ha oído malas noticias, y fiel a su costumbre de ver el porvenir como cosa sucedida, lleva ya luto por la muerte de Ibarra.

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magpahinóg ka na