Capítulo 52: La Carta De Los Muertos Y Las Sombras - Page 3 of 4

Entraron y buscaron en aquella semioscuridad un lugar a propósito; pronto encontraron un nicho sobre el que se sentaron. El más bajo sacó de su salakot una cartas y el otro encendió un fósforo.

A la luz miráronse el uno al otro, pero, a juzgar por la expresión de sus rostros, no se conocían. No obstante, nosotros reconoceremos en el más alto y de voz varonil a Elías, y en el menor a Lucas con su cicatriz en la mejilla.

- ¡Cortad! –dijo éste, sin dejar de observarle.

Apartó algunos huesos que encontró sobre el nicho, y sacó un as y un caballo. Elías encendía fósforos uno tras otro.

- ¡Al caballo! –dijo y para señalar la carta puso una vértebra encima.

- ¡Juego! –dijo Lucas y a las cuatro o cinco cartas sacó un as.

- Habéis perdido –añadió-; ahora dejadme solo que me busque la vida.

Elías, sin decir una palabra, se alejó perdiéndose en la oscuridad.

Algunos minutos después dieron las ocho en el reloj de la iglesia y la campana anunció la hora de las ánimas; pero Lucas no invitó a jugar a nadie; no evocó a los muertos como manda la superstición, sino que se descubrió y murmuró algunas oraciones, santiguándose con el mismo fervor que lo haría en aquel momento el jefe de la Cofradía del Santísimo Rosario.

Toda la noche siguió lloviznando. A las nueve las calles estaban ya oscuras y solitarias; los faroles de aceite, que cada vecino debe colgar, apenas iluminaban una esfera de un metro de radio; parecían encendidos para hacer ver las tinieblas.

Dos guardias civiles se pasean de un extremo a otro de la calle, cerca de la iglesia.

- ¡Hace frío! –decía uno en tagalo con acento visaya-; no cogeremos a ningún sacristán; no hay quien componga el gallinero del alférez... Con la muerte del otro se han escarmentado; esto me aburre.

- Y a mí –contesta el otro-; nadie roba, ni alborota; pero, gracias a Dios, dicen que ese Elías está en el pueblo. Dice el alférez que el que le coja, estará libre de razones durante tres meses.

- ¡Aa!. ¿Sabes de memoria las señas? –preguntó el visaya.

- ¡Ya lo creo!. Estatura, alta según el alférez, regular según el P. Dámaso; color, moreno; ojos, negros; nariz, regular; boca, regular; barba, ninguna; pelo, negro...

- ¡Aa! Y ¿señas particulares?.

- Camisa negra, pantalón negro, leñador...

- ¡Aa! No se escapará; me parece ya verle.

- No le confundo con otro, aunque se le parezca.

Y ambos soldados siguen su ronda.

A la luz de los faroles vemos otra vez dos sombras ir una detrás de otra con gran cautela. Un enérgico ¿quién vive? Detiene a ambas, y la primera contesta ¡España! Con voz temblorosa.

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pag-aabót ng kamáy