Capítulo 52: La Carta De Los Muertos Y Las Sombras
EL NUBLADO CIELO OCULTA a la luna; un viento frío, presagio del próximo diciembre, barre algunas hojas secas y el polvo en el estrecho sendero que conduce al cementerio.
Tres sombras se hablan en voz baja debajo de la puerta.
- ¿Le has hablado a Elías? –pregunta una voz.
- No, ya sabes que es muy raro y circunspecto, pero debe ser de nosotros: D. Crisóstomo le ha salvado la vida.
- Por eso también acepté –dice la primera voz-; ¡D. Crisóstomo hace que la curen a mi mujer en casa de un médico en Manila!. Me he encargado del convento para arreglar mis cuentas con el cura.
- Y nosotros, del cuartel para decir a los civiles que nuestro padre tenía hijos.
- Cinco, con cinco hay bastante. El criado de D. Crisóstomo dice que seremos veinte.
- Y ¿si no salís bien?.
- ¡St! –dijo uno y todos se callaron.
Veíase a favor de la semioscuridad venir una sombra, deslizarse siguiendo el cerco: de tiempo en tiempo se detenía como si volviese la cara hacia atrás.
Y no le faltaba motivo. Detrás, a unos veinte pasos, venía otra sombra, mayor y que parecía más sombra que la primera: tan ligeramente pisaba el suelo, desaparecía con rapidez como si le tragase la tierra cada vez que la primera se detenía y volvía.
- ¡Me siguen! –murmuró ésta-; ¿será la Guardia Civil? ¿mentirá el sacristán mayor?.
- Dicen que es aquí la cita –decía en voz baja la segunda sombra-; de algo malo se debe tratar cuando me lo ocultan los dos hermanos.
La primera sombra llegó al fin a la puerta del cementerio. Las tres primeras se adelantaron.
- ¿Sois vosotros?.
- ¿Sois vos?.
- ¡Separémonos que me han seguido!. Mañana tendréis las armas y a la noche será. El grito es “¡Viva D. Crisóstomo!”. ¡Idos!.
Las tres sombras desaparecieron detrás de las tapias. El recién llegado se ocultó en el hueco de la puerta y esperó silencioso.
- ¡Veamos quién me persigue! –murmuró.
La segunda sombra llegó con mucha precaución y se detuvo como para mirar en torno suyo.
- ¡He llegado tarde! –dijo a media voz-; pero acaso vuelvan.