Capítulo 36: Apuros De Ben Zayb

Inmediatamente que se enteró del acontecimiento cuandotrajeron luces y vió las poco correctas posturas de los diosessorprendidos, Ben Zayb, lleno de indignacion y ya con laaprobacion del fiscal de imprenta, fué corriendo á su casa —un entresuelo en donde vivía en república con otros — paraescribir el artículo más sublime que jamás se haya leido bajoel cielo de Filipinas: el Capítan General se marcharía descon-solado si antes no se enteraba de sus ditirambos y esto, BenZayb que tenía buen corazon, no lo podía permitir: Hizo puesel sacrificio de la cena y del baile y no se durmió aquella noche.

¡Sonoras exclamaciones de espanto, de indignacion, fingirque el mundo se había venido abajo y las estrellas, las eternasestrellas, chocaban unas con otras! Despues una introduccionmisteriosa, llena de alusiones, reticencias..., luego el relatodel hecho y la peroracion final. Multiplicó los giros, agotó los eufemismos para describir la caida de espaldas y el tardíobautismo de salsa que recibió S. E. sobre la olímpica frente;elogió la agilidad con que recobró la posicion vertical, poniendola cabeza donde antes estaban las piernas y viceversa; entonóun himno á la Providencia por haber velado solícita por tansagrados huesos y el párrafo resultó tan delicado, que S. E.aparecía como un héroe y caía más alto, como dijo VictorHugo. Estuvo escribiendo, borrando, añadiendo y limandopara que, sin faltar á la verdad — este era su especial méritode periodista — resultase todo épico, grande para los sietedioses, cobarde y bajo para el desconocido ladron, que sehabía ajusticiado á, sí mismo, espantado y convencido en elmismo instante de la enormidad de su crimen », Interpretó elacto del P. Irene de meterse debajo de la mesa, por « arranquede valor inato, que el hábito de un Dios de paz y mansedumbre,llevado toda la vida, no había podido amortiguar »; el P. Irenequería lanzarse sobre el criminal y tomando la línea recta pasópor el submesáneo. De paso habló de túneles submarinos,mencionó un proyecto de don Custodio, recordó la ilustraciony los largos viajes del sacerdote. El desmayo del P. Salví erael dolor excesivo que se apoderó del virtuoso franciscano, viendoel poco fruto que sacaban los indios de sus piadosos sermones;la inmovilidad y el espanto de los otros comensales, entre elloscl de la condesa que « sostuvo » (se agarró) al P. Salví, eranserenidad y sangre fría de héroes, avezados al peligro en mediodel cumplimiento de sus deberes, al lado de quienes los sena-dores romanos, sorprendidos por los galos invasores, erannerviosas muchachuelas que se asustan ante cucarachas pin-tadas. Despues y para formar contraste, la pintura del ladron:miedo, locura, azoramiento, torva mirada, facciones desenca-jadas y ¡fuerza de la superioridad moral de la raza! su respetoreligioso al ver allí congregados á tan augustos personajes ! Yvenía entonces de perilla una larga imprecacion, una arenga,una declamacion contra la perversion de las buenas costum-bres, de ahí la necesidad de erigir un tribunal militar perma-nente, la declaracion del estado de sitio dentro del estado de sitio ya declarado, una legislacion especial, represiva, enérgica, porque es de todo punto necesario, es de imperiosa urgencia hacer ver á los malvádos y criminales que si el »corazon es generoso y paternal para los sumisos y obedientes á la ley, la mano es fuerte, firme, inexorable, severa y dura para los que contra toda razon faltan á ella é insultan las sagradas instituciones de la patria! Sí, señores, esto lo exige no solo el bien de estas islas, no solo el bien de la humanidad entera, sino tambien el nombre de España, la honra del» nombre español, el prestigio del pueblo ibero, porque ante todas las cosas españoles somos y la bandera de España »etc. etc. etc.

Y terminaba el artículo con esta despedida:

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isalong na ang sandata