Capítulo 16: Sisa - Page 2 of 2

Había estado varios días sin salir de casa, cosiendo una obra que le habían encargado la concluyese lo más pronto posible. Ella, para ganar dinero, dejó de oír misa aquella mañana, pues habría empleado en ir y venir al pueblo dos horas lo menos: -¡la pobreza obliga a pecar!-. Concluido su trabajo, lo llevó al dueño, pero éste le prometió pagar.

Todo el día estuvo pensando en los placeres de la noche: supo que sus hijos iban a venir y pensó regalarles. Compró sandalias, cogió de su jardincito los tomates más hermosos porque sabía que eran la comida favorita de Crispín; pidió a su vecino, el filósofo Tasio, que vivía a medio kilómetro, tapa de jabalí [7] y una pierna de pato silvestre, los bocados favoritos de Basilio. Y llena de esperanzas cogió el más blanco arroz, que ella misma había recogido en las eras. Aquello era en efecto una cena de curas para los pobres chicos.

Pero por una desgraciada casualidad vino el marido y se comió el arroz, la tapa de jabalí, la pierna del pato, cinco sardinas y los tomates. Sisa no dijo nada, si bien le parecía que la comían a ella misma. Harto ya él, se acordó de preguntar por los hijos; entonces Sisa pudo sonreír y, contenta, prometió en su interior no cenar aquella noche, pues de lo que quedaba no había para tres. El padre preguntó por sus hijos, y esto para ella era más que comer.

Después él cogió su gallo y quiso marcharse.

- ¿No quieres verlos? –preguntó temblorosa-. El viejo Tasio me ha dicho que se retardarían un poco; Crispín ya lee y... ¡quizás Basilio traiga su sueldo!.

A esta última razón el marido se detuvo, vaciló, pero triunfó su ángel bueno.

- ¡En ese caso guárdeme un peso! –dijo y se marchó.

Sisa lloró amargamente, pero se acordó de sus hijos y secóse las lágrimas. Coció nuevo arroz y preparó las únicas tres sardinas que quedaron: cada uno tendría una y media.

- ¡Traerán buen apetito! –pensaba-; el camino es largo y los estómagos hambrientos no tienen corazón.

Atenta a todo rumor la encontramos escuchando las más ligeras pisadas; fuertes y claras, Basilio; ligeras y desiguales, Crispín, pensaba ella.

El kalao [8] cantó en el bosque dos o tres veces ya, desde que la lluvia había cesado, y no obstante sus hijos no llegaban todavía.

Puso las sardinas dentro de la olla para que no se enfriaran y se acercó al umbral de la choza para mirar hacia el camino. A fin de distraerse se puso a cantar en voz baja. Ella tenía una hermosa voz y cuando sus hijos la oían cantar kundiman [9], lloraban sin saber por qué. Pero aquella noche su voz temblaba y las notas salían perezosas.

Suspendió su canto y hundió la mirada en la oscuridad. Nadie venía del pueblo, si no es el viento que hacía caer el agua de las anchas hojas de los plátanos.

De repente vio un perro negro aparecer delante de ella; el animal rastreaba algo en el sendero. Sisa tuvo miedo, cogió una piedra y se la arrojó. El perro echó a correr aullando lúgubremente.

Sisa no era supersticiosa, pero tanto había oído hablar sobre presentimientos y perros negros que el terror se apoderó de ella. Cerró precipitadamente la puerta y se sentó al lado de la luz. La noche favorece las creencias y la imaginación puebla el aire de espectros.

Trató de rezar, de invocar a la Virgen, a Dios, para que cuidasen de sus hijos, sobre todo de su pequeño Crispín. Y distraídamente olvidó el rezo para no pensar más que en ellos, recordando las facciones de cada uno, aquellas facciones que le sonríen continuamente ya en sueños ya en vigilias. Mas, de repente sintió erizarse sus cabellos, sus ojos se abrieron desmesuradamente; ilusión o realidad, ella veía a Crispín de pie al lado del hogar, allí donde solía sentarse para charlar con ella. Ahora no decía nada; la miraba con aquellos grandes ojos pensativos y sonreía.

- ¡Madre, abrid!, ¡abrid, madre! –decía la voz de Basilio desde fuera.

Sisa se estremeció y la visión desapareció.

[7] Carne de jabalí, abundante en los bosques de Filipinas, adobada y seca al aire o al humo, semejanta a la cecina de España.

[8] Ave silvestre de tamaño entre mediano y grande, gran pico y cantar ronco y estridente que se oye por kilómetros en los bosques de Filipinas.

[9] Una de las especies de cantares folkloricos de Filipinas de cadencia melódica y ritmo sencillo. Como mucha de la música en las áreas de más influencia hispana en Filipinas, hunde sus raices en el folklore español y mejicano.

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harì ng daldál