Capítulo 30: En La Iglesia - Page 2 of 2

Ibarra estaba en un rincón; María Clara, arrodillada cerca del altar mayor en un sitio que el cura tuvo la galantería de hacer despejar por los sacristanes. Capitán Tiago, vestido de frac, se sentaba en los bancos destinados a las autoridades, por lo cual los chicos que no le conocían le tomaban por otro gobernadorcillo y no osaban acercársele.

Por fin llegó el señor Alcalde con su Estado Mayor viniendo de la sacristía y ocupando uno de los magníficos sillones sobre una alfombra colocados. El Alcalde iba vestido de gran gala, luciendo la banda de Carlos III y cuatro o cinco condecoraciones más.

El pueblo no le reconoció.

- ¡Abá! –exclamó un labriego-, ¡un civil vestido de comediante!.

- ¡Simple! –le contestó el vecino codeándole-: ¡es el príncipe Villardo que vimos anoche en el teatro!.

El Alcalde subió de categoría a los ojos del pueblo, llegando a ser encantado príncipe, vencedor de gigantes.

Empezó la misa. Los que estaban sentados se levantaron, los que dormían se despertaron por el campanilleo y la sonora voz de los cantores. El P. Salví, a pesar de su gravedad, parecía muy satisfecho, pues le servían de diácono y subdiácono nada menos que dos agustinos.

Cada cual cantó, cuando le llegó el turno, bien, con voz más o menos nasal y pronunciación oscura, menos el oficiante que la tenía algo temblorosa, desafinando no pocas veces, con gran extrañeza de los que le conocían. Se movía sin embargo con precisión y elegancia; decía el Dóminus vobiscum con unción, ladeando un poco la cabeza y mirando hacia la bóveda. Al verle recibir el humo del incienso, se habría dicho que Galeno tenía razón admitiendo el paso del humo de las fosas nasales al cráneo por la criba del etmoides, [33] pues se erguía, echaba hacia atrás la cabeza, caminaba después hacia el centro del altar con tal prosopopeya y gravedad que Capitán Tiago le halló más majestuoso que el comediante chino de la noche anterior, vestido de emperador, pintarrajeado, con banderitas en la espalda, barba cerda de caballo y babuchas de alta suela.

- Indudablemente -pensaba-, un solo cura nuestro tiene más majestad que todos los emperadores.

Por fin llegó el deseado momento de oír al P, Dámaso. Los tres sacerdotes se sentaron en sus sillones en actitud edificante, como diría el honrado corresponsal; el Alcalde y más gente de varas y bastones los imitaron; la música cesó.

Aquel paso del ruido al silencio despertó a nuestra Hermana Putê que ya roncaba, gracias a la música. Como Segismundo, o como el cocinero del cuento de Dornröschen, [34] lo primero que hizo al despertarse fue dar un cogotazo a su nieta que también se había dormido. Esta chilló, pero se distrajo pronto viendo a una mujer darse golpes de pecho convencida y entusiasmada.

Todos procuraron colocarse cómodamente; los que no tenían bancos se sentaron en cuclillas, las mujeres sobre el suelo y sus mismas piernas.

El P. Dámaso atravesó la multitud, precedido de dos sacristanes y seguido de otro fraile que llevaba un gran cuaderno. Desapareció al subir la escalera de caracol, pero pronto reapareció su redonda cabeza, después el grueso cogote seguido inmediatamente de su cuerpo. Miró a todas partes con seguridad, medio tosiendo; vio a Ibarra: un pestañeo particular dio a entender que no se olvidaría de él en sus oraciones; después una mirada de satisfacción al P. Sibyla y otra de desdén al P. Manuel Martín, el predicador de ayer. Concluida esta revista, volvióse disimuladamente al compañero diciéndole: “¡Atención, hermano!”. Este abrió el cuaderno. [35]

Pero el sermón merece capítulo aparte. Un joven que entonces aprendía la taquigrafía y que idolatra los grandes oradores, lo estenografió; gracias a esto podemos traer aquí un trozo de la oratoria sagrada de aquellas regiones.

[33] Con este rodeo chocarrón a tiempo que erudito, Rizal dice que con el incienso al celebrante se le subían los humos a la cabeza.

[34] Se refiere Rizal aquí al cuento del la Bella Durmiente del Bosque (Dornröschen en alemán: nombre de la princesa que singnifica literalmente rosa de espino) de los Hermanos Grim donde al dormirse la princesa por cien años víctima de un maleficio, todo en el reino se duerme, hasta el cocinero de palacio que estaba a punto de dar un cogotazo a su ayudante. Un príncipe al fin besa a la durmiente princesa, con lo que todo el reino se vuelve a despertar, incluído el cocinero que continúa y acaba dando el abortado cogotazo a su pinche. Es más conocida otra versión ligeramente variante escrita por el francés Perrault. Segismundo es el protagonista de la Vida es Sueño de Calderón de la Barca, obra de teatro alegórica que explota la tensión dramática de la pretensión que toda la vida es un sueño y soñamos todo lo que hacemos.

[35] En las iglesias construídas antes de las reformas en la iglesia católica de los años 60 del siglo pasado había siempre un púlpito elevado en la nave desde el que el predicador se dirigía a la congregación. Las escaleras al púlpito podían ser externas, muy a menudo de caracol, o internas dentro del muro de la iglesia como en el caso de San Diego. Este arreglo permitía al predicador llevar consigo a un apuntador, el 'compañero' del P. Dámaso, que venía en ayuda del predicador cuando a éste le fallaba la menoria. En el capítulo siguiente, el del sermón, compara Rizal a este apuntador con el Espíritu Santo que en forma de paloma 'soplaba' las profundidades de la sabiduría al olvidadizo P. Dámaso.

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nasa kanyáng kamáy